viernes, 4 de julio de 2014

ESENCIA DEL IMPERIO NEOLIBERAL: DESTRUCCIÓN SOCIAL Y CAOS MUNDIAL.

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Hace casi dos décadas el economista ítalo-estadounidense David Calleo escribió sobre las fases de decadencia final de los imperios de Holanda e Inglaterra, calificándolas como “hegemonía explotadora”, en las cuales el imperio no tiene nada que ofrecer de positivo (desarrollo socioeconómico o seguridad militar, por ejemplo) a los países que domina y componen el sistema, incluyendo a la economía y sociedad del imperio, y entonces se dedica a exprimirlos a fondo, a vivir de las rentas que por todos los medios puede extraer de esos países. El imperio estadounidense se encuentra en esa fase. Para muestra basta un botón: en una conversación privada el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, puso en claro que la alianza de su país con EE.UU. y la OTAN no los beneficia y que, al contrario, provoca peligrosos focos de tensiones con los países vecinos. Lo mismo debe estar pensando cualquier persona honesta que aún esté en el gobierno creado por el golpe de Estado en Ucrania, último país al que EE.UU. y sus aliados de la OTAN han llevado al borde de la guerra civil para provocar foco de constante confrontación con Rusia. Al mismo tiempo, signo de que el imperio ya no puede controlar a todo el mundo durante todo el tiempo, en Latinoamérica y el Caribe se prosigue la creación de los mecanismos de integración regional y subregional en los cuales EE.UU. no figura ni puede controlar. Por su parte el BRIChS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) sigue avanzando con sus proyectos de creación de un banco de desarrollo e instrumentos monetarios y financieros fuera del alcance de EE.UU. y del dólar, mientras que asistimos al reforzamiento de lazos económicos, comerciales y monetarios entre Rusia y China, entre otros procesos regionales en curso en Asia y Eurasia.
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Ni siquiera el fascismo logró lo que ha conseguido el capitalismo. El historiador Josep Fontana revisa la evolución de Occidente desde el final de la II Guerra Mundial en 'Por el bien del imperio' y concluye que esta crisis es consecuencia del neoliberalismo desatado hace 40 años. 
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ESENCIA DEL IMPERIO NEOLIBERAL: DESTRUCCIÓN SOCIAL Y CAOS MUNDIAL.
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Roberto Rabilota.

ALAI. Rebelión viernes 4 de julio del 2014.

Es difícil no sentir que el mundo, la humanidad y nuestra madre tierra, están siendo empujadas a la catástrofe por el imperio neoliberal, o sea Estados Unidos (EE.UU.) y sus aliados de la OTAN. Esto es tan válido si hablamos de la naturaleza, de la acelerada extinción de especies y el recalentamiento global, como de las sociedades, o mejor dicho de lo que de ellas resta en tantos Estados-naciones que se han dejado o están siendo empujados a despojarse de toda soberanía nacional y popular.

Este caos actual es el producto de las políticas de un imperialismo que desde el derrumbe de la Unión Soviética trata de mantener un orden unipolar para instaurar mundialmente y sin alternativa de cambio el neoliberalismo, hacer realidad el “no hay otra alternativa” de Margaret Thatcher.

Pero, como quedó demostrado cuando EE.UU. fue forzado a cambiar su política de agresión en Siria, a partir de septiembre del 2013, la unipolaridad ya no es posible no solo por el activo papel que juegan dos grandes potencias, como lo son Rusia y China, sino por la mayoría de países en el mundo que apoyan el retorno a un multilateralismo y se oponen a perder la soberanía nacional y popular que les permita adoptar sus propias políticas socioeconómicas e integrarse internacional o regionalmente de manera compatible con sus legítimos intereses nacionales.

La unipolaridad ya estaba comprometida por la constatación en el Oriente Medio, África y Asia de que EE.UU. y sus aliados provocan guerras que no ganan –Afganistán, Irak, Libia y Siria-, pero que siempre dejan el caos, muertes, refugiados, miseria y destrucción económica y social.

En el 2011 los dos principales aliados del imperio en el Oriente Medio, Israel y Arabia Saudita, criticaron abiertamente a Washington por no haber lanzado una guerra contra Irán y haber permitido el derrocamiento del presidente Mubarak en Egipto, haciéndole llegar al presidente Barack Obama el mensaje de que "no se abandona a los aliados". Todo el mundo, y en primer lugar los aliados de Washington, saben que las guerras que lanzan EE.UU. y sus aliados no se ganan, que destruyen países, economías y sociedades, y dejan el caos. Desde Afganistán hasta Siria, pasando por Irak y Libia –sin olvidar Paquistán, Sudan y otros países africanos-, solo han dejado destrucción, cruentas luchas entre comunidades religiosas y grupos étnicos, y cientos de miles de muertos, heridos y refugiados, y una gran miseria. EE.UU. no tiene nada de positivo que mostrar.

Hace casi dos décadas el economista ítalo-estadounidense David Calleo escribió sobre las fases de decadencia final de los imperios de Holanda e Inglaterra, calificándolas como “hegemonía explotadora”, en las cuales el imperio no tiene nada que ofrecer de positivo (desarrollo socioeconómico o seguridad militar, por ejemplo) a los países que domina y componen el sistema, incluyendo a la economía y sociedad del imperio, y entonces se dedica a exprimirlos a fondo, a vivir de las rentas que por todos los medios puede extraer de esos países. El imperio estadounidense se encuentra en esa fase.

Para muestra basta un botón: en una conversación privada el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, puso en claro que la alianza de su país con EE.UU. y la OTAN no los beneficia y que, al contrario, provoca peligrosos focos de tensiones con los países vecinos. Lo mismo debe estar pensando cualquier persona honesta que aún esté en el gobierno creado por el golpe de Estado en Ucrania, último país al que EE.UU. y sus aliados de la OTAN han llevado al borde de la guerra civil para provocar foco de constante confrontación con Rusia.

Al mismo tiempo, signo de que el imperio ya no puede controlar a todo el mundo durante todo el tiempo, en Latinoamérica y el Caribe se prosigue la creación de los mecanismos de integración regional y subregional en los cuales EE.UU. no figura ni puede controlar. Por su parte el BRIChS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) sigue avanzando con sus proyectos de creación de un banco de desarrollo e instrumentos monetarios y financieros fuera del alcance de EE.UU. y del dólar, mientras que asistimos al reforzamiento de lazos económicos, comerciales y monetarios entre Rusia y China, entre otros procesos regionales en curso en Asia y Eurasia.

Nada de esto constituye en sí una alternativa anticapitalista, más bien la casi totalidad de países funcionan dentro de un sistema capitalista, aunque tengan importantes sectores estatales en la economía y puedan estar priorizando formas de propiedad social como sustituto a la propiedad privada en ramas de la economía. Pero, detalle clave, en prácticamente todos los países la intervención estatal en la economía es un hecho.

Asimismo, en todos esos procesos el regionalismo incluye la participación e intervención de los Estados, de sus instituciones y empresas, así como niveles de planificación sectorial en las áreas industriales, energéticas, comerciales y de servicios, y sistemas financieros y monetarios que se promete o avizora estarán fuera del control del imperio y sus aliados. Una forma de regionalismo de este tipo como alternativa al “capitalismo universal”, lo que hoy llamamos neoliberalismo, fue propuesto por el intelectual húngaro Karl Polanyi en 1945, tema sobre el cual retornaremos en la segunda parte de este artículo.

Pero aun no siendo una alternativa socialista o anticapitalista, es claro que estos procesos regionales y multilaterales constituyen una formidable barrera a los planes del imperio, una barrera que el imperialismo está tratando de derribar con todos los instrumentos a su alcance, como la ofensiva para concluir rápidamente y en el más completo secreto los Acuerdos de “última generación” -el Acuerdo Transpacífico de Asociación económica, la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversiones y el Acuerdo sobre el comercio en servicios-, o tratando de entorpecer los acuerdos regionales a través de los políticos, burócratas, profesionales y empresarios que están al servicio del imperio.

Los mencionados Acuerdos tienen por objetivo la eliminación de la soberanía nacional y la sujeción de los Estados signatarios a respetar los términos de esos tratados negociados en secreto, que respetan una sola ley, la de EE.UU., e incluyen mecanismos por los cuales los Estados que no respeten los términos pueden ser llevados ante tribunales de arbitraje por los monopolios. Esos Estados pasan a ser garantes de las inversiones de los monopolios extranjeros para apropiarse de los sectores económicos que les interesan, incluyendo los que dejarán los Estados al privatizar los servicios públicos.


Estados Unidos exportó la crisis y define el ciclo financiero global porque mantiene la supremacía del dólar, el manejo de los grandes bancos y el control sobre el FMI. Pero la deuda pública y la regresividad impositiva acentúan su deterioro industrial. Mantiene protagonismo por una preeminencia militar, que reorganiza con más tecnología y menos tropas. Reajusta prioridades estrechando la coordinación con los aliados.
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Pero esos Acuerdos no son cosa hecha porque el rechazo crece en las poblaciones que no quieren abandonar sus legítimos sentimientos e intereses nacionales, y en los intereses capitalistas locales que saben que serán aplastados por los monopolios extranjeros. Y mientras que el regionalismo avanza, en la Casa Blanca y el Congreso de Washington no les queda otra que aferrarse a seguir creyendo que el imperio es invulnerable y puede seguir actuando, él y sus aliados estratégicos, con la impunidad que les dio el (relativamente breve) orden unipolar.

Es en este contexto que tiene su dimensión el discurso del presidente ruso Vladimir Putin ante los embajadores de Rusia, el 1 de julio, donde les recordó que EE.UU. está aplicando a su país la misma política de “contención” que durante la Guerra Fría aplicó contra la Unión Soviética, y que esperaba que el pragmatismo prevalecerá, que los países occidentales se despojarán de ambiciones, de tratar de “establecer ‘cuarteles mundiales’ para organizar todo acorde a rangos, e imponer reglas uniformes de comportamiento y de vida de la sociedad”

Putin señaló que los diplomáticos rusos saben cuán dinámicos e impredecibles los acontecimientos internacionales pueden a veces ser. Parecen haber sido presados juntos de una sola vez y por desgracia no son todos de carácter positivo. El potencial de conflicto está creciendo en el mundo, las viejas contradicciones se agudizan y otras nuevas están siendo provocadas. Muy seguido nos encontramos con este tipo de situaciones, a menudo de forma inesperada, y observamos con pesar que el derecho internacional no está funcionando, que las leyes internacionales no funcionan, que las elementales normas de decencia son descartadas y que triunfa el principio de todo-está-permitido… Es tiempo de que reconozcamos el derecho de los demás a ser diferentes, el derecho de cada país a construir su vida por sí mismo, no por las avasallantes instrucciones de algunos () el desarrollo global no puede ser unificado, pero podemos y debemos buscar un terreno común, ver socios en cada uno de los demás, no rivales, y establecer cooperación entre los Estados, sus asociaciones y las estructuras integradas. Y refiriéndose a los conflictos que asolan varias regiones del mundo. Putin subrayó que “el mapa mundial tiene de más en más regiones donde las situaciones están crónicamente enfebrecidas, sufriendo de un “déficit de seguridad” .

Horas antes, en el Encuentro Internacional Antiimperialista convocado por la Federación Sindical Mundial (FSM) y realizado en Cochabamba, Bolivia, el presidente boliviano Evo Morales señaló que “es importante identificar” los instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo, porque “por lo menos en América Latina ya no se ven golpes de Estado, ya no hay tanto las dictaduras militares como antes”, sino más bien “pueblos que defienden las democracias, pueblos que con mucha claridad plantean programas y proyectos, proyectos políticos de liberación”.

Y en este contexto, según el Presidente boliviano, hay que preguntarse qué hace el imperio: “provoca conflictos en cada país, financia enfrentamientos de un pueblo, de un país y después con el pretexto de defensa de los derechos humanos, del niño, de la mujer, del anciano intervienen con el Consejo de Seguridad; qué Consejo de Seguridad, para mí sigue siendo ese llamado Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas un consejo de inseguridad, un consejo de invasión a los pueblos del mundo”.

Para enfrentar esta agresión imperialista Morales pidió a los delegados de la FSM que elaboren “una nueva tesis política para liberar a los pueblos del mundo", que sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías”.

Resumiendo, para un observador que no haya perdido la memoria histórica, lo que Putin dijo no es más que una explicación a los diplomáticos rusos de la conclusión a la que el pueblo ruso, y al menos una parte de sus dirigentes, han llegado después de haber sufrido la experiencia de la Perestroika y la aplicación brutal de las políticas neoliberales, y de vivir la experiencia actual de cómo se comporta el imperialismo estadounidense cuando un pueblo quiere buscar su propia vía, aun dentro del capitalismo, sin menospreciar que todo eso debe haber ayudado a revivir lo que el imperialismo buscó enterrar: las enseñanzas de Lenin sobre el imperialismo.

No es tan fácil borrar la memoria histórica de los pueblos, y mientras eso pensaba leí el artículo “Una mirada al pasado” de Ricardo Alarcón de Quesada, ex presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, que concluye con la siguiente frase: Al volver la mirada hacia aquellos años soñadores viene a la mente la advertencia de William Faulkner: “El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado” (publicado en la revista chilena Punto Final, edición nro. 807 del 27 de junio de 2014)

Pocos días antes de la reunión de la FSM el presidente Evo Morales fue anfitrión de la reunión de los 77+China, y sin duda allí registró muchos sentimientos sobre el brutal accionar del imperialismo y la voluntad de muchos gobiernos de poder defender sus legítimos intereses nacionales, algo que bajo el imperio neoliberal está prohibido. Nuevamente, cuando los pueblos viven bajo la férula imperial y recuperan la memoria histórica, es lógico que retorne la necesidad de una estrategia antiimperialista.

En un reciente análisis titulado “America’s Real Foreign Policy – A Corporate Protection Racket”, el intelectual estadounidense Noam Chomsky describe el verdadero objetivo histórico de la política exterior de EE.UU.: proteger los intereses del sector de las grandes empresas con un “nacionalismo económico (un proteccionismo que) depende en gran medida de la intervención estatal masiva”, y por eso en regla general se ha opuesto por todos los medios a que los demás países tengan políticas de “nacionalismo económico”.

Esto, fundamenta Chomsky con referencias documentales, es válido para toda el análisis de la política estadounidense hacia América latina y el Caribe, y es el trasfondo del conjunto de la política exterior estadounidense en todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el sistema mundial que iba a ser dominado por EE.UU. fue amenazado por lo que los documentos internos llamaban "regímenes radicales y nacionalistas" que responden a las presiones populares para un desarrollo independiente.

Lo que documenta Chomsky se encuadra con lo que en 1945 anticipaba Karl Polanyi, de que EE.UU. ha sido el hogar del capitalismo liberal del siglo 19 y es lo suficientemente poderoso para proseguir solo la utópica política de restaurar el liberalismo.

Y, en ese sentido y con todas las limitaciones que conlleva, el regionalismo es por ahora el principal frente antiimperialista, y el otro tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y sociales.

- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.


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