lunes, 31 de marzo de 2014

FRANCIA: VOTO CASTIGO PARA LOS SOCIALISTAS FRANCESES. LA OLA AZUL QUE PREOCUPA AL SOCIALISMO FRANCÉS. Pasó de la ola rosa a la ola azul, tras segunda vuelta de las elecciones municipales.

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En la primera cita de las municipales, el Frente Nacional se izó a niveles históricos y hasta forzó dos hazañas, una política y la otra moral. La política cuando conquistó, desde la primera vuelta, la Municipalidad de Hénin-Beaumont y se ubicó en posición de fuerza en decenas de otras circunscripciones. La moral, cuando la presencia de sus candidatos, en la segunda vuelta, cambió la reglas del juego que enmarcaban hasta ahora las relaciones entre los dos partidos de gobierno, la UMP y el PS, con la ultraderecha. Una barrera a la vez real y simbólica se derrumbó sin hacer mucho ruido. Hasta ahora, cada vez que un candidato de la extrema derecha pasaba a la segunda vuelta, se conformaba una suerte de Frente Republicano para evitar su elección. La fórmula se acabó. La derechista UMP optó por el llamado “ni ni”, o sea, cada vez que se produzca una votación triangular, la UMP no retirará su candidato, ni para favorecer al PS, ni para favorecer al FN. Ello le aporta el Frente Nacional un grado más de legitimidad, al tiempo que consagra la estrategia de limpieza total de los harapos filonazis emprendida por la hija del fundador del FN, Marine Le Pen.
No sólo los resultados electorales certifican su exitosa marcha hacia adelante, sino también la percepción que la sociedad tiene de ese partido. Entre finales de los ’90 y principios del 2000, tres de cada cuatro franceses opinaban que el FN representaba un peligro para la democracia. La cifra bajó: sólo uno de cada cuatro ciudadanos piensa lo mismo. Marine Le Pen dirige desde 2011 el partido creado por Jean-Marie Le Pen. En términos de comunicación política, su conducta ha sido ejemplar. En apenas tres años le hizo subir al movimiento los peldaños de las urnas, puso entre la espada y la pared a los socialistas y a la derecha, empujó a ambos partidos a alejarse de los valores que Francia proclama en el mundo en lo que atañe a los extranjeros al tiempo que amplificó la propagación de sus ideas en la sociedad sin asustar a nadie. El muro que antes contenía la verborragia racista también se derrumbó. Como lo señala la actual ministra de Justicia, Christiane Taubira –objeto de constantes ataques racistas, en una entrevista publicada por el matutino Libération, “las inhibiciones que impedían que la palabra ‘racista’ se expresara se disolvieron. Cayeron las máscaras. En adelante, la palabra ‘racista’ se puede expresar a rostro descubierto en el espacio público, tranquilamente.”
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El PS salvó París, en donde se impuso Anne Hidalgo; será la primera mujer que dirija los destinos de la capital. “La Ciudad Luz”.

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FRANCIA: VOTO CASTIGO PARA LOS SOCIALISTAS FRANCESES.
Pasó de la ola rosa a la ola azul, tras segunda vuelta de las Elecciones Municipales.
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La izquierda francesa perdió 155 ciudades de más de 9 mil habitantes a manos de la derecha y los ultra xenófobos de Marine Le Pen. Hoy se anunciará la remodelación del gobierno de François Hollande
Eduardo Febbro
Desde París lunes 31 de marzo del 2014.
Una derrota histórica sancionó al socialismo francés. La izquierda francesa perdió 155 ciudades de más de 9 mil habitantes: Pau, Reims, Saint-Etienne, Roubaix, Limoges, Tourcoing, Anglet, Chambéry, Belfort, Roubaix, Toulouse o Quimper, el abecedario de las ciudades ganadas por la derecha francesa, al cabo de la segunda vuelta de las elecciones municipales, se alarga como una sinfonía victoriosa. Junto a esta orquesta triunfal se elevan también los cantos de la extrema derecha del Frente Nacional. Las listas “Bleu Marine” de la líder del FN, Marine Le Pen, consolidaron las promesas de la primera vuelta y conquistaron al menos 10 municipalidades, entre ellas Béziers, Fréjus, Hayange, Beaucaire, Villers-Cotterêts, Le Luc y Cogolin, a las que se le suma Hénin-Baumont, ganada desde la primera vuelta.
Los abstencionistas de la vuelta precedente no salvaron al Partido Socialista de la tunda electoral: con una abstención record de más del 38 por ciento, la más alta de la historia de la 5ª República para este tipo de elecciones, el PS –en el poder desde hace dos años– no logró movilizar a los electores que hubiesen podido cubrirlo de la estampida.
Ciudades como Limoges, administradas por el socialismo desde hace un siglo, pasaron bajo el control de la derecha. Ni siquiera una ciudad como Quimper se salvó del abismo. El intendente, Bernard Poignant, es amigo y consejero del presidente socialista François Hollande. Pagó en las urnas la impopularidad del mandatario francés y el desapego de las clases populares. El PS salvó París, donde la candidata Anne Hidalgo aplastó a su rival conservadora, Nathalie Kosciusko-Morizet, pero perdió Toulouse, la llamada “ciudad rosa”.
La historia se escribió en varios cuadernos en esta consulta local, que adquirió una dimensión nacional por la amplitud de la punición oficialista. El ecologista Eric Piolle le arrebató al PS la Municipalidad de Grenoble. Ello lo convirtió en el primer ecologista en dirigir una ciudad de más de 160 mil habitantes. Francia pasó de la ola rosa a la ola azul. La única perla que los socialistas le sacaron a la derecha es Aviñón, la ciudad sede del festival internacional de teatro y donde, en la primera vuelta, el candidato de la extrema derecha había llegado a la cabeza. Consecuencia previsible de esta bancarrota política, según adelantó el ministro delegado para la Economía Solidaria, Benoît Hamon, hoy se anunciará la remodelación del gobierno, lo que implica el casi seguro alejamiento del actual jefe del Ejecutivo, Jean-Marc Ayrault. Dos nombres circulan desde hace varios días para reemplazarlo: el del actual ministro de Interior, Manuel Valls, y el de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius. Un intelectual brillante y creativo (Fabius), que cuenta con el respaldo de la izquierda del PS y los ecologistas; y un representante de la derecha socialista (Valls), detestado por la misma ala izquierda y los verdes. Ambos son los ministros más populares del gobierno.
El cambio urge. Las elecciones municipales condenaron dos años de inexactitudes, de cacofonía gubernamental, de una política fiscal que azotó a las clases medias, de una transformación brutal del mensaje y la orientación de la política presidencial con relación a la campaña electoral de 2012; dos años de renuncias o maquillajes de las promesas que fueron, en su momento, el pilar del retorno al poder del socialismo luego de tres derrotas consecutivas en las presidenciales; dos años también donde la política social pasó a ser un títere que se exhibía en los discursos. La lógica municipal fue un espejo implacable del corte entre el PS y las clases populares, que a menudo votaron por la extrema derecha. “Somos el primer partido de Francia”, proclamó Jean-François Copé, el actual dirigente de la conservadora UMP. La frase se reenvía a la hazaña socialista: haber llegado a que un partido sin prestigio, manchado por la corrupción y las irregularidades en sus propios procesos internos, dinamitado por la herencia nefasta que dejó en la derecha el ex presidente Nicolas Sarkozy, se volviera el partido insignia del país.
Los datos proporcionados hasta el cierre de esta edición indican que la UMP totaliza 49 por ciento de los votos en los municipios de más de 3500 habitantes, contra 42 por ciento del PS y 9 por ciento de la ultraderecha. Los porcentajes victoriosos o negativos no bastan para ocultar un hecho significativo: los dos principales movimientos políticos del país, UMP y PS, son partidos heridos, casi espejismos de sí mismos o de las ideas que, en su tiempo, pudieron encarnar. Entre ambos, la empresa de normalización emprendida por Marine Le Pen trajo a las urnas de la extrema derecha el voto popular y un record absoluto de municipalidades ganadas y consejeros municipales electos (80 en 2008 contra más de mil en 2014). Algún disparatado corresponsal de la prensa internacional osó decir que Marine Le Pen pretendía ser “una suerte de Eva Perón”. En una entrevista publicada por Le Monde a Marine Le Pen, el diario asegura que la dirigente francesa no rehúsa del término de “peronismo a la francesa” para calificar su conquista popular y su proyecto de formar un movimiento “patriota, ni de izquierda, ni de derecha”. Los europeos, que siempre ven al populismo como un mal que gangrena los sistemas políticos de los países del sur, se lamen los labios con esas definiciones. Con ello confunden popular con populismo y, de paso, olvidan a sus propios populistas con corbatas de seda, anteojos Ray-Ban, relojes de oro o falsos discursos humanistas.
El primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, asumió el costo de la derrota: “La responsabilidad del fracaso es colectiva, y yo asumo la parte que me corresponde”, dijo Ayrault. El jefe del gobierno admitió que las elecciones municipales estuvieron “marcadas por el desapego de aquellas y aquellos que le dieron su confianza a la izquierda en mayo y junio de 2012”. François Hollande quiso hacer de Francia uno de los mejores alumnos de la Europa liberal. Lo pagó caro y le hizo pagar también mucho a la sociedad. El ala progresista del PS, agrupada en la corriente La Izquierda Ahora, se lo recordó con un llamado público que circuló apenas se conocieron los resultados de las elecciones: “Hay que cambiar de rumbo”, dice el texto, que también resalta que “el problema central (...) es el rechazo a la austeridad”. No hay mejor balance de esta pseudo izquierda en el poder que una frase del mismo texto: “Los actos desmintieron a las palabras”. Hay un gran paso entre la poesía política que se emplea para ganar y los recortes masivos que se deciden a la hora de gobernar.
El líder del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélénchon, responsabilizó al jefe del Estado por esta derrota: “La política de Hollande, su giro a la derecha, su alianza con las patronales y su sumisión a las políticas de austeridad europeas desembocaron en un desastre”. El socialismo francés es, de hecho, un partido de pequeños burgueses urbanos, totalmente divorciado con la histórica base popular construida a lo largo de los años en el país profundo. Las encuestas previas a la elección mostraban cómo el PS había perdido incluso el voto de los franceses hijos de inmigrados. La socialista Anne Hidalgo, nacida en la provincia española de Cádiz, descendiente de exiliados republicanos que vinieron a Francia durante la Guerra Civil, se convirtió en la primera mujer que dirige los destinos de la capital francesa. El socialismo conserva las riendas de la Ciudad Luz, antaño bastión de la derecha, pero pierde al mismo tiempo un siglo de historia en Limoges. Esta ciudad dirigida por el PS desde 1912 tiene un movimiento obrero denso y estructurado, una historia ejemplar de movimientos obreros durante finales del siglo XIX y principios del XX, y dos apodos que lo dicen todo: “La Ciudad Roja”, “La Roma del Socialismo”. Un miembro del Consejo Municipal de Limoges solía decir: “Aquí, la gente nace con un cromosoma de izquierda”. El austericidio de la socialdemocracia en el poder cambió el cromosoma de la ya ex fortaleza del socialismo francés.
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Marine Le Pen hizo crecer la legitimidad del partido filonazi Frente Nacional que había fundado su padre, Jean-Marie.

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LA OLA AZUL QUE PREOCUPA AL SOCIALISMO FRANCÉS.

La primera vuelta de las elecciones Municipales del domingo pasado fueron un éxito para Marine Le Pen.
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Objeto de un profundo voto castigo, con una deuda social e ideológica enorme, el gobierno socialista de François Hollande pagó en las urnas su tibieza, sus aggiornamentos, sus promesas negadas y su política fiscal regresiva.

Eduardo Febbro

Desde París domingo 30 de marzo del 2014.
La ola azul se dibuja en el horizonte con la misma nitidez que la debacle socialista. Empantanada en antagonismos internos, enroscada en una serpentina de escándalos ligados a la corrupción, sin línea ideológica definida, la derecha francesa recibió un regalo inesperado al cabo de la primera vuelta de las elecciones municipales celebradas el 23 de marzo pasado: quedó muy cerca de revertir el porcentaje que aún hoy favorece al Partido Socialista, el cual controla el 54 por ciento de las ciudades de más de 9000 habitantes. La derecha agrupada en el seno de la UMP puede mirar con optimismo histórico la segunda vuelta del próximo 6 abril. Entre 70 y 100 ciudades podrían pasar bajo su administración y, con ello, arrebatarle al PS su mayoría municipal. Objeto de un profundo voto castigo, con una deuda social e ideológica enorme, el gobierno socialista de François Hollande pagó en las urnas su tibieza, sus aggiornamentos, sus promesas negadas, su política fiscal y el caudal de decepcionados que dejó en el camino. Entre una derecha sin timón, pero emergente y una social democracia abonada al catálogo liberal, la ultraderecha del Frente Nacional encontró un espacio importante para afianzar su presencia en el tablero político francés.
En la primera cita de las municipales, el Frente Nacional se izó a niveles históricos y hasta forzó dos hazañas, una política y la otra moral. La política cuando conquistó, desde la primera vuelta, la Municipalidad de Hénin-Beaumont y se ubicó en posición de fuerza en decenas de otras circunscripciones. La moral, cuando la presencia de sus candidatos, en la segunda vuelta, cambió la reglas del juego que enmarcaban hasta ahora las relaciones entre los dos partidos de gobierno, la UMP y el PS, con la ultraderecha. Una barrera a la vez real y simbólica se derrumbó sin hacer mucho ruido. Hasta ahora, cada vez que un candidato de la extrema derecha pasaba a la segunda vuelta, se conformaba una suerte de Frente Republicano para evitar su elección. La fórmula se acabó. La derechista UMP optó por el llamado “ni ni”, o sea, cada vez que se produzca una votación triangular, la UMP no retirará su candidato, ni para favorecer al PS, ni para favorecer al FN. Ello le aporta el Frente Nacional un grado más de legitimidad, al tiempo que consagra la estrategia de limpieza total de los harapos filonazis emprendida por la hija del fundador del FN, Marine Le Pen. No sólo los resultados electorales certifican su exitosa marcha hacia adelante, sino también la percepción que la sociedad tiene de ese partido. Entre finales de los ’90 y principios del 2000, tres de cada cuatro franceses opinaban que el FN representaba un peligro para la democracia. La cifra bajó: sólo uno de cada cuatro ciudadanos piensa lo mismo. Marine Le Pen dirige desde 2011 el partido creado por Jean-Marie Le Pen. En términos de comunicación política, su conducta ha sido ejemplar. En apenas tres años le hizo subir al movimiento los peldaños de las urnas, puso entre la espada y la pared a los socialistas y a la derecha, empujó a ambos partidos a alejarse de los valores que Francia proclama en el mundo en lo que atañe a los extranjeros al tiempo que amplificó la propagación de sus ideas en la sociedad sin asustar a nadie. El muro que antes contenía la verborragia racista también se derrumbó. Como lo señala la actual ministra de Justicia, Christiane Taubira –objeto de constantes ataques racistas, en una entrevista publicada por el matutino Libération, “las inhibiciones que impedían que la palabra ‘racista’ se expresara se disolvieron. Cayeron las máscaras. En adelante, la palabra ‘racista’ se puede expresar a rostro descubierto en el espacio público, tranquilamente.”
Derecha y socialdemocracia fracasaron rotundamente en sus intentos de frenar el avance de la extrema derecha. Moralistas, culpabilizadores con los electores del Frente Nacional, ninguno de los dos partidos fue nunca capaz de aportar una respuesta a los interrogantes y los miedos de esos electores que votan por un partido de turbio pasado, pero que logró rediseñar su oferta política. En una entrevista a Marine Le Pen publicada por el vespertino Le Monde, la líder política francesa señala: “Estamos en el año cero de un gran movimiento patriota, ni de izquierda ni de derecha, que funda su oposición con la clase política actual sobre la defensa de la nación, el rechazo del ultraliberalismo, el europeísmo, un movimiento capaz de trascender las viejas divisiones y plantear las verdaderas cuestiones”. Todo cambió y nada ha cambiado. Marine Le Pen enjuagó el discurso xenófobo de la ultraderecha, pero las ideas de “pureza”, “Francia para los franceses”, “los extranjeros afuera” persisten. Los dos grandes actores de este momento político francés son la extrema derecha y el Partido Socialista. Uno porque gana, el otro porque ve desaparecer masivamente el capital acumulado en 2008. El FN estará representado en 229 ciudades en la segunda vuelta de las municipales. Sólo su presencia es ya una casi garantía de derrota para la socialdemocracia francesa. El PS está a punto de perder la ciudad de Toulouse, la urbe del sur de Francia apodada “la ciudad rosa”, bastión simbólico de la historia socialista. No hay nada excepcional en ello a la luz de la política gubernamental. François Hollande se hizo elegir en 2012 con un discurso antifinanza para someterse luego a los imperios de la Bolsa, con un giro neoliberal matizado de una política fiscal desfavorable a los ricos, pero que, al final, terminó recayendo en todo el mundo. El desempleo no cesa de aumentar y el gobierno no encuentra la sintonía entre el ejemplar modelo francés y la camisa de fuerza de la austeridad que impone la política europea. El PS apuesta como última esperanza por un “sobresalto nacional”, o sea, la movilización de los electores que hicieron posible la victoria socialista en 2012. Una apuesta incierta: para movilizarse es preciso generar entusiasmos, encarnar proyectos, hacer circular ideas, diseñar horizontes, abrir el sueño de las perspectivas. Ninguna mediocre gestión de almacenero liberal puede conseguir reavivar esa llama. François Hollande lo consiguió en 2012. En estos dos años de presidencia se dedicó a desmontar cada sueño, a borrar cada línea, a desinflar los entusiasmos, a copiar a la derecha, a encerrar el pensamiento político en una suerte de ineluctable fatalidad financiera. Nadie puede entusiasmarse con un proyecto semejante.

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