jueves, 1 de noviembre de 2012

China se adapta velozmente al mundo globalizado.

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Esta China de hoy ha recorrido un sendero histórico que una vez más maravilla a Occidente y embelesa a quienes admiten nunca haber perdido la fe en su poderosa cultura; ¿cómo acaso dudar de la tenacidad de un pueblo que dio vida a la prosa taoísta de Li Pai, ofreció al mundo una forma de entender el orden mundano a través de Confucio, protegió en tiempos turbulentos el espíritu crítico y libre en la prosa de Lu Xun, de quien hoy es fiel expresión de su pensamiento Mo Ye?  Esa y esta China del presente son continuidad en el cambio, adaptación ante la adversidad, expectativas nunca cedidas de auto rebelión y aceptación paciente de los cambios producidos en el entorno. La China de hoy es heredera del Celeste Imperio, que rigió los destinos del país hasta 1912, y aún cuando la tradición modela el sendero ( jing , camino, vía) que el país recorre hacia su desarrollo en la faz material muestra facetas pro capitalistas como resultado de la “opción por la modernización social” filo occidental.

Es la misma China de dinastías primordiales pero distinta, con un rostro matizado por los vaivenes de imperativos históricos que empujaron su apertura al mundo. La China de hoy es Ying y Yang, bambú, madera, hierro, acero, nuevos materiales obtenidos en el espacio por sus hombres y mujeres, experiencia y experimentación, en una amalgama plagada de multicolores: rojo real, amarillo oro riqueza, azul celestial y en la que lejos quedaron los grises días de la estandarización ideológica. China es la demostración viva y vital de una cultura-civilización sobreviviente por más de cinco milenios que hoy genera –como lo hizo en el pasado– un big bang de contradictorias emociones –temor/atracción– expuesto en la generación de riqueza, la acumulación de poder político, científico-tecnológico y la proyección de su poder blando ( soft power ) que oferta al mundo una matriz axiológica renovada y adaptada a los tiempos de globalización: armonía, justicia, equilibrio y estabilidad interna y externa. Sus rasgos históricos dominantes hacen imposible que China se contente con fusionar valores y crear “cultura” sólo fronteras adentro, por el contrario, una pulsión inherente a su afán civilizatorio la impulsa a “derramar valores”; ejemplo mediante la “universalización” de su máximo pensador Confucio.
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China rediseña la globalización con sus estrategia mundial.

China se adapta velozmente al mundo globalizado.

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Del proletario campesino, sujeto y fin de la revolución, al ciudadano consumidor, han pasado poco más de tres décadas. El capitalismo pudo más. ¿Es una derrota para China? Un experto analiza cómo afectará al mundo esta metamorfosis.


Por Sergio Cesarín.

Revista Ideas Ñ. Martes 31 de octubre del 2012.

Como epicentro de un nuevo espíritu de época, la transformación operada en China durante los últimos treinta años destella luces y fulgores hacia la superficie, al mismo tiempo que enraíza su potencia y vitalidad política, socio-cultural, económica en el magma que constituye su ancestral paquete de tradiciones, cosmovisiones, filosofías, especulaciones y saberes que definen una moral social y una opción estética por la vida, la naturaleza, el individuo, la sociedad, las relaciones de poder y el orden de lo humano, cuyo eje es el precepto confuciano de la alteridad ( ren , benevolencia, caridad).

Como en pocas ocasiones la humanidad puede ser espectadora privilegiada de estas transformaciones. Una China históricamente reconocida como víctima, humillada, encorsetada en sus propias carencias, presa de su propio conservadurismo y temerosa del mundo exterior, agresivo y portador de dominación, ha vuelto la página de su historia para recuperar una preeminente posición en la estructura de poder mundial, tal como la que detentó hasta mediados del siglo XIX.

Esta China de hoy ha recorrido un sendero histórico que una vez más maravilla a Occidente y embelesa a quienes admiten nunca haber perdido la fe en su poderosa cultura; ¿cómo acaso dudar de la tenacidad de un pueblo que dio vida a la prosa taoísta de Li Pai, ofreció al mundo una forma de entender el orden mundano a través de Confucio, protegió en tiempos turbulentos el espíritu crítico y libre en la prosa de Lu Xun, de quien hoy es fiel expresión de su pensamiento Mo Ye?

Esa y esta China del presente son continuidad en el cambio, adaptación ante la adversidad, expectativas nunca cedidas de auto rebelión y aceptación paciente de los cambios producidos en el entorno. La China de hoy es heredera del Celeste Imperio, que rigió los destinos del país hasta 1912, y aún cuando la tradición modela el sendero ( jing , camino, vía) que el país recorre hacia su desarrollo en la faz material muestra facetas pro capitalistas como resultado de la “opción por la modernización social” filo occidental.

Es la misma China de dinastías primordiales pero distinta, con un rostro matizado por los vaivenes de imperativos históricos que empujaron su apertura al mundo. La China de hoy es Ying y Yang, bambú, madera, hierro, acero, nuevos materiales obtenidos en el espacio por sus hombres y mujeres, experiencia y experimentación, en una amalgama plagada de multicolores: rojo real, amarillo oro riqueza, azul celestial y en la que lejos quedaron los grises días de la estandarización ideológica.

China es la demostración viva y vital de una cultura-civilización sobreviviente por más de cinco milenios que hoy genera –como lo hizo en el pasado– un big bang de contradictorias emociones –temor/atracción– expuesto en la generación de riqueza, la acumulación de poder político, científico-tecnológico y la proyección de su poder blando ( soft power ) que oferta al mundo una matriz axiológica renovada y adaptada a los tiempos de globalización: armonía, justicia, equilibrio y estabilidad interna y externa. Sus rasgos históricos dominantes hacen imposible que China se contente con fusionar valores y crear “cultura” sólo fronteras adentro, por el contrario, una pulsión inherente a su afán civilizatorio la impulsa a “derramar valores”; ejemplo mediante la “universalización” de su máximo pensador Confucio.

Una concepción militante del poder asume como motor una visión autorreferencial que rescata la centralidad de la herencia imperial para construir un futuro como país económicamente poderoso, socialmente desarrollado y políticamente más tolerante, capaz de enfrentar los desafíos impuestos por un sistema internacional anárquico y conflictivo en el siglo XXI. La China de hoy opera sobre su propia realidad rescatando “héroes nacionales” (el Alte. Zheng He), entroncando su actual liderazgo político con la figura del primer emperador pero evoluciona en el plano socio-económico y cultural asumiendo su preeminente rol como potencia mundial a mediados de siglo.

Sus pasadas y actuales circunstancias, reflejan la ajustada resolución de “tensiones” entre pasado y futuro; sus líderes asumen la importancia de la regularidad histórica pero persisten en sostener una teleología de las (auto) reformas que impulsan a China hacia la modernización.

La curiosidad por la China de hoy, provoca el abandono de imágenes predeterminadas y estereotipos. Un caleidoscópico país ofrece a la vista del viajero campesinos doblados ante la tierra como en un rito de eterno agradecimiento por lo que les brinda, fábricas humeantes enuncian el frenesí productivo destinado al mercado mundial, alocados vehículos lanzados hacia carreteras, puentes y viaductos interconectan ciudades y aldeas chinas, y millones de hombres en traje y mujeres luciendo marcas occidentales de lujo, aportan con sus pasos alocados al rugir de grandes ciudades como Beijing, Tianjin y la populosa Shanghai.

La observación cotidiana de la vida urbana muestra las profundas mutaciones del paisaje ciudadano. Los antiguos y típicos callejones pekineses ( hutongs ), los restaurantes típicos, propios de una cultura todavía apegada a la sencillez y el recato, han cedido espacio ante el avance de las grandes tiendas, avenidas y centros comerciales. El arte nacional del teatro (ópera) es una manifestación orientada al turismo, la televisión inunda de mensajes publicitarios e induce el consumo popular, las marcas de automóviles más afamadas reinan en lugar de las bicicletas, los mercados callejeros han sido constreñidos a espacios únicos (aún cuando no pierden la práctica del regateo). El Mausoleo de Mao poco a poco se ve opacado ante el atractivo ejercido por edificaciones aledañas consistentes en grandes tiendas, barrios culturales que invitan a un tipo de consumo de la clase media. Los antiguos templos y palacios han quedado opacados por la magnificencia de la construcción “monumentalista” –insulsa– de modernos hoteles, edificios inteligentes y autopistas.

La estrechez de facilidades habitacionales, confort urbano, oferta de bienes públicos ha sido superada mediante el acceso a medios tecnológicos de última generación, mejoras en infraestructura, y una oferta cultural diversa que modela la mentalidad de las nuevas generaciones. “Trilogía revolucionaria” compuesta por el trabajador (obrero/campesino), el soldado y la mujer que presiden el ingreso al predio del Salón Memorial, al mismo tiempo, otros se preguntan dónde está el lugar reservado para la escultura de los “nuevos empresarios” surgidos del capitalismo reformista, si tendrán ellos algún día lugar en ese Olimpo escultórico y si en ellos reside aún la utopía revolucionaria al igual que en el corazón de quienes –petrificados– dejaron sus vidas casi medio siglo atrás.




LEJOS DE LOS ESTEREOTIPOS. En la China actual conviven autos de lujo y tradiciones de cinco milenios.  
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La ideología cayó por propio peso, el capitalismo pudo más; ¿es una derrota para China? No, sólo parte de su constante adaptación al mundo para poder modelar la historia. Del proletario campesino, sujeto y fin de la revolución, al ciudadano consumidor, sólo han pasado poco más de tres décadas; en este lapso la obtención de conocimiento occidental ha sido determinante mediante alianzas empresarias, organización del trabajo, inversiones en capacitación, alianzas universitarias y envío de jóvenes becarios al mundo (léase EE.UU., Europa, Japón, Australia) se ha producido una acumulación de conocimiento aplicada a la competitividad global de la economía, la innovación, la construcción de capacidades científico tecnológicas; un dato importante si hasta comienzos de siglo el proceso estaba más centrado en el exterior, desde comienzos del milenio las capacidades endógenamemte desarrolladas adquieren primacía.

La China de hoy es una sociedad con “nuevas clases”. Renegando del axioma maoísta sobre lucha de clases como concepto articulador de la dinámica política, Deng edificó su ideario reformista; sin embargo, el capitalismo duro de hoy ha reflotado esta lógica producto de la reingeniería social que en China se evidencia en la segmentación social, las disparidades de ingreso y la heterogeneidad de intereses. Una sociedad más compleja incluye campesinos parte de una pujante “clase media rural”, consumidores urbanos, funcionarios públicos, burócratas, gerentes, tecnócratas, profesionales independientes, empleados y trabajadores en firmas extranjeras. La cultura del consumo entronizada en la mente de residentes urbanos y en la juvetud china impele la emulación por los gustos occidentales como forma de equiparación y aceptación. Particular interés concitan los nuevos ricos y millonarias que, como “nuevos héroes”, se consideran modelos a imitar; ¿por qué no?, si han cumplido el axioma de Deng que postulaba: hacerse rico es maravilloso.

Los centros de estudio, thinks tanks y universidades interconectan la economía mediante parques tecnológicos, clusters que apañan firmas de alta tecnología y son cunas de noveles empresarios.

Las teorías económicas basadas en la planificación han sido reemplazadas por un conjunto de técnicas para el aprendizaje del idioma inglés, administración de empresas, planificación estratégica, logística, y desarrollo de negocios internacionales. La China industrial y tecnológicamente avanzada de hoy ofrece una plataforma ideal para asumir riesgos y alentar a los emprendedores. Osados jóvenes en los noventa (ejemplo, Ma Huateng) aprovecharon las ventajas de la economía.com y crearon grandes firmas tecnológicas como Baidu, Alibaba, Tencent; en aras de una economía digital, los “hijos de las reformas” aprovecharon su formación en China y perfeccionamiento en Estados Unidos para desarrollar sus negocios en la madre patria. La China de hoy se siente cómoda en una “economía mundial de redes”.

Hacedora de globalizaciones, la China antigua persiste en el ADN de la nación y por tanto aprovecha cultura de redes: “redes familiares”, “redes políticas”, “redes étnicas” para entroncarlas con lógicas de interconexión global. A este dato sociocultural, sin duda debe agregarse la potenciación de capacidades científico tecnológicas que han posibilitado la expansión de redes sociales y el uso de Internet.

Como resultado de “la silenciosa revolución cultural”, la universalización de valores chinos se acelera y la difusión de la imagen china se universaliza. China ocupa hoy el primer lugar en número de internautas con 480 millones de usuarios; equivalentes al 35,7% de la población del país representan el 21,4% del total mundial (EE.UU. 12,2%). Uno de cada 5 usuarios del mundo es chino y sólo los usuarios de Internet en China doblan la población estadounidense.

En el plano económico la expansión de redes ha dado sobrado impulso al consumo interno y el desarrollo interno y global de negocios. Con 145 millones de compradores on-line, China se sitúa en segundo lugar –sólo por detrás de EE.UU. (170 millones)– pero, según informes técnicos, el comprador chino gasta más y compra más habitualmente. Valga como dato de color mencionar que cada internauta chino pasa –en promedio– 18,7 horas semanales conectado, frente a las 19,5 horas que invierte un estadounidense.

En el plano político, la revolución cultural se procesa a través de redes sociales que sostienen la entidad de organizaciones sociales y canalizan las demandas al poder político. El espacio virtual genera cyber identidades individuales y/o colectivas por aporte de jóvenes que interrogan al poder político, movilizan voluntades y sirven para canalizar la “disidencia” en un país donde las medidas de control sobre la prensa, reunión y censura siguen vigentes, por ejemplo mediante el control de contenidos en la Web, el bloqueo de cuentas o la sujeción de firmas proveedoras extranjeras (Facebook, Microsoft) a condiciones de censura para poder operar en China. Se presume que los blogueros chinos superan a los 200 millones de usuarios que tiene Twitter en el mundo.

La modernización es epidérmica y la tradición determina el pulso actual de la historia. Más allá de la sucesión de períodos, Ying o Yang, que faciliten o demoren el logro de sus objetivos, China cambia el mundo de una forma tan sutil como radical; recién comienzan a aparecer los contornos del cambio a ojos de Occidente.
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