sábado, 10 de septiembre de 2011

Producción versus Finanzas: un mal de la globalización. ¿Problema? Discernir entre tecnología y globalización.

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Los estudiosos de las estadísticas económicas afirman que, mientras las corrientes financieras alcanzan niveles millonarios, aumentan paralelamente el desempleo y la pobreza. Son cientos de miles los pequeños ahorristas de todo el planeta que antes dirigían su dinero a una inversión productiva, y ahora atraídos por la posibilidad de una ganancia rápida y significativa optan por ingresar al circuito financiero, especulando con que la suba de una acción o de un título público les proveerá una ganancia sustancial, sin esperar el proceso de maduración que requiere toda inversión productiva.


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Producción versus Finanzas: un mal de la globalización.


¿Problema? Discernir entre tecnología y globalización.


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Ricardo Osvaldo Rufino.


Hoy Internacional. Viernes 9 de septiembre del 2011.


La tecnología de punta, la más exquisita y avanzada, ha traído ingentes beneficios a la humanidad. Como ejemplo típico se señala siempre y acertadamente a la computación y a la informática. Y a la web (una herramienta formidable para el conocimiento y la comunicación) como emblema de éstas, gracias a su alcance descomunal y a su poder abarcativo y planetario.



El problema es que demasiada gente confunde tecnología con globalización. Y estos son conceptos absolutamente diferentes. Y resulta imprescindible distinguirlos.



La globalización y su desarrollo descomunal ha provocado, entre otras cosas, que los flujos de capitales en dinero o en papeles (acciones o bonos públicos) pueden circular por los distintos centros financieros del mundo a través, precisamente, de las computadoras, durante las 24 horas del día, debido a la diferencia horaria. En todo momento hay alguna bolsa de valores del mundo abierta: cuando cierra Tokio, en Japón, en el “Imperio del Sol Naciente”, abre Europa con sus poderosos centros bursátiles ubicados en Franckfort, París o Londres, por caso. Cuando cierran éstos, abre Wall Street en Nueva York e, inmediatamente, el Bovespa de San Pablo, en Brasil, y el Merval de Buenos Aires.



La rueda financiera no se detiene, y “gira” continuamente al ritmo de un simple toque en el teclado de un ordenador.



Así, transacciones de miles de millones de dólares tienen lugar en segundos en los circuitos electrónicos de todo el globo. Por ejemplo, empresas o particulares estadounidenses pueden realizar negocios desde su país durante la noche, a través de Internet, en bolsas de valores de Asia, que están en su horario comercial.



La red financiera es cada vez más compleja, y los capitales, los ahorros y las inversiones están interconectados en todo el mundo, o sea, que existe una inmediata correlación entre los acontecimientos de uno y otro país.



Hasta aquí todo muy bien; supuestamente, un modelo que marcha de modo tan aceitado y generalizado debe ser bienvenido, y debería significar un progreso indiscutible para la aldea global, pero el interrogante clave que se desprende de su impronta es el siguiente: ¿Qué efecto negativo provoca un sistema que se desempeña de esta manera, en el que el tráfago infernal conformado por la circulación de capitales que deambulan por las grandes capitales del mundo ya es una situación común o habitual?



La respuesta es la siguiente: Los efectos negativos son, básicamente, dos. Por un lado, las crisis bursátiles, cuando ocurren, ya no son más un fenómeno local, sino que son planetarias, porque el problema de un país desencadena consecuencias inmediatas en los otros. Y por el otro, la posibilidad y facilidad de invertir en las diferentes plazas financieras del mundo, alienta las actividades especulativas, o sea aquellas cuyo objetivo es obtener una ganancia a corto plazo, sin apostar por inversiones productivas.



Y aquí llegamos a un punto que para mí es fundamental. Y que puede resumirse en lo siguiente: Producción vs. Finanzas. Una economía sana presupone que no debe existir este enfrentamiento de corte futbolero. De ningún modo. Una economía sana debe contar con un aparato financiero que funcione respaldando y haciendo de soporte de la infraestructura productiva. Ambos ítem deben trabajar conjuntamente, en equipo, jamás de modo opuesto.



Las instituciones financieras y bancarias, en un país cuya economía se mueve coordinadamente, son las que le conceden un crédito o un préstamo al empresario o al emprendedor que desea comenzar un negocio o agrandar el que ya tiene.



Ahora, está aconteciendo que numerosos bancos y financieras se han convertido en receptores de los ahorros de sus clientes, y los vuelcan en fondos de inversión (creados por ellos mismos) que invierten en los mercados bursátiles, en títulos públicos o en plazos fijos de otras entidades.



Así, la distorsión va quedando a la vista: esta última se va convirtiendo paulatinamente en la actividad número uno de esas instituciones. No debería ser así. Los bancos fueron creados para canalizar y derivar el ahorro del público hacia actividades relacionadas con la producción o el comercio.



Por otra parte, pienso lo siguiente: ¿De dónde puede provenir el dinero que se mueve en los circuitos financieros si no es de la producción...?



Los estudiosos de las estadísticas económicas afirman que, mientras las corrientes financieras alcanzan niveles millonarios, aumentan paralelamente el desempleo y la pobreza. Son cientos de miles los pequeños ahorristas de todo el planeta que antes dirigían su dinero a una inversión productiva, y ahora atraídos por la posibilidad de una ganancia rápida y significativa optan por ingresar al circuito financiero, especulando con que la suba de una acción o de un título público les proveerá una ganancia sustancial, sin esperar el proceso de maduración que requiere toda inversión productiva.



Las recesiones ocasionadas por las crisis financieras causan el cierre de plantas industriales o la disminución de las exportaciones. Por caso, China (que se ha transformado en la gran “fábrica del mundo”) tuvo grandes dificultades en el 2008 y en el 2009 por la crisis de las hipotecas “subprime”, que se originó en Estados Unidos, y de la que no tenía absolutamente ninguna culpa. Días pasados observaba un video que mostraba que varias fábricas de las zonas más industrializadas del “gigante asiático” habían tenido que cerrar sus puertas o despedir personal, porque habían bajado los pedidos de sus productos desde Estados Unidos y Europa.



En la crisis de estos días, ocurrió un hecho inusual: las autoridades de las bolsas de Francia, España, Italia y Bélgica decidieron suspender por 15 días las operaciones de corto plazo para evitar las compras especulativas que aprovechando la coyuntura estaban apostando a la baja de las acciones de las empresas del Viejo Continente.



Al respecto, el catedrático de la Universidad de Sevilla Juan Torres describió ilustrativamente esta situación señalando que “Los operadores informáticos han convertido a la economía en un casino. Antes de esta suspensión estaban moviendo 1.000 millones de dólares cada cuatro segundos, en las denominadas ‘operaciones de alta frecuencia’. Apuestan sobre seguro primero en un país, luego en otro, en otro y en otro. Así el sistema es insostenible”.



Estos movimientos han alcanzado tal dimensión que ya son muchos los críticos europeos que están solicitando límites y frenos legales a las transacciones bursátiles y la circulación de capitales.



Ocurre que, como dice la conocida frase, “el mercado somos todos”. ¿Por qué? Un europeo, por ejemplo, deposita todos los meses el resultado en dinero de su esfuerzo en fondos de inversión o planes de pensión que, a su vez, son invertidos en bolsa, en deuda pública o en divisas. En definitiva, en el andamiaje financiero.



Estas crisis no sólo afectan a las bolsas, provocando la caída de los precios de las acciones, sino que impactan en la economía concreta de cada día y, por consiguiente, en las condiciones de vida de la mayoría de la población, frenando el movimiento comercial y las inversiones, y provocando descensos en el Producto Bruto Interno.



Es notable el gran poder que poseen las empresas y los inversionistas, que pueden instrumentar una manipulación financiera, y así desestabilizar un país. Por caso, un dato asombroso: luego de la crisis mexicana de 1995, la empresa Microsoft valía más que todos los valores de la Bolsa de México.



Esta hecatombe dañó (vale recordarlo) no solamente a México, sino también a toda América latina.



Otros ejemplos de los perjuicios que acarrean las crisis de origen financiero: En julio de 1997, tras la devaluación de la moneda de Tailandia, que obligó a que la mayoría de los países del sudeste asiático tuviese que hacer lo mismo, se produjo la llamada Crisis Asiática o “efecto dragón”. Bien, la misma causó que, entre el 22 de octubre de 1997 y el 1 de octubre de 1998, la bolsa de valores de la República Argentina se derrumbara un 59,3 %. La de Brasil, en el mismo período, descendió un 57,1 %, y la de Chile un 54,2 %.



Esto representó una considerable y lamentable pérdida de patrimonio neto de grandes empresas de estos países, con su consecuencia inmediata, consistente en merma de empleos y menor movimiento productivo.



En este panorama actual, en este contexto de crisis, y cuando la recesión ronda la economía planetaria, la palabra clave que suena cada vez más en los ámbitos financieros y económicos de las principales plazas es “regulación”. Se impone la necesidad de regular estos movimientos especulativos, que tanto daño le están ocasionando a las economías y que tantos réditos le proporcionan a una minoría inescrupulosa. A una minoría que no tiene ni bandera, ni principios, ni ideología. Que sólo es alentada por el color y aroma del dinero.


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