domingo, 24 de abril de 2011

La Unión Europea hace de España el último bastión para defender el Euro.

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Igual de curiosa fue ayer la conversión del presidente del PP, Mariano Rajoy, que aseguró nunca haber creído que España necesitara ser rescatada. O las manifestaciones de Rodrigo Rato, presidente ejecutivo de Bankia, quien ayer dio por cerrado el capítulo de rescates financieros y descartó taxativamente que nuestro país vaya a tener problemas en este sentido, aunque dejó claro que ahora se trata de recuperar el potencial de crecimiento de la economía española. Hay mucho en juego. Tras las rendiciones de Grecia, Irlanda y Portugal, España es la última trinchera para defender el euro.
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Alemania, en representación de la Unión Europea, hace el último esfuerzo para salvar al euro.

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La Unión Europea hace de España el último bastión para defender el Euro.


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Antonio León.


El Economista.es


Viernes 22 de abril del 2011.


La propaganda es un arma fundamental. Levanta la moral de la tropa y disuade al enemigo. La UE desencadenó la semana pasada -apenas desvelado el rescate de Portugal- una ofensiva propagandística para convencer a los mercados de que, en Madrid, los especuladores no pasarán.


Si pasan por encima de una economía del tamaño y la relevancia sistémica de la española, saltarán por los aires el euro y la aún desigual recuperación mundial.


El tiempo dirá si la campaña resulta convincente. Ya está claro que mantienen su desconfianza en España, entre otros, el gurú Nouriel Roubini y el columnista del rotativo británico Financial Times Wolfgang Münchau. Al menos, sí fue muy nutrida la nómina de primeros espadas que entonaron la semana pasada que España va bien, que no es Portugal, y que no harán falta más intervenciones.


Los incondicionales


Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo; Ángel Gurría, secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE); Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI; su número dos, John Lipsky; Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas de Alemania; Olli Rhen, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios; y, como no podía ser menos, la vicepresidenta económica, Elena Salgado, fueron algunos de los más destacados miembros del coro que dieron por garantizada la solvencia del Estado español tras sus reformas y ajustes.


Igual de curiosa fue ayer la conversión del presidente del PP, Mariano Rajoy, que aseguró nunca haber creído que España necesitara ser rescatada. O las manifestaciones de Rodrigo Rato, presidente ejecutivo de Bankia, quien ayer dio por cerrado el capítulo de rescates financieros y descartó taxativamente que nuestro país vaya a tener problemas en este sentido, aunque dejó claro que ahora se trata de recuperar el potencial de crecimiento de la economía española.


Hay mucho en juego. Tras las rendiciones de Grecia, Irlanda y Portugal, España es la última trinchera para defender el euro. Igual que Stalingrado cambió el curso de la II Guerra Mundial, la batalla del Ebro terminó de inclinar la balanza en la Guerra Civil, y Waterloo supuso el ocaso de Napoleón, la batalla de España será decisiva para el futuro de Eurolandia si los mercados se deciden a desencadenarla.


Los riesgos.


La ofensiva sólo se desencadenará si entre los inversores y los especuladores hay suficiente masa crítica de beneficiados pese a los costes y los riesgos. El primer riesgo es que hacer descarrilar el euro abortaría la aún frágil recuperación de la economía internacional. Y el segundo es atreverse a enfrentarse a Francia y Alemania, que se han conjurado para defender a España; no por altruismo, sino para evitar que un impago español tumbe a sus muy expuestos bancos.


Los rescates de Grecia, Irlanda y Portugal han sido poco más que escaramuzas. En la mente de todos ha estado siempre España. Al menos desde que en enero de 2010, en pleno Foro Económico Mundial de Davos y en vísperas de que participara en el mismo del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, Nouriel Roubini alertara de que el problema de calado para la zona euro sería la bancarrota de España, y no la inevitabilidad de rescatar a Grecia que los europeos aún se empeñaban en negar.


Cuando el presidente francés Nicolas Sarkozy arrancó a la canciller Angela Merkel, en primavera de 2010, el rescate de Grecia por valor de 110.000 millones de euros y la creación de un fondo de rescate para casos futuros, también se pensaba en España.


El fondo de la UE y el FMI contaba, teóricamente, con 750.000 millones de euros. Por esos entonces se calculó que el rescate de España precisaría de unos 600.000 millones, redondeo resultante de multiplicar por seis el rescate griego. El resto sería por si había que rescatar a alguien más y, de hecho, se han ofrecido 67.500 millones a Irlanda, y 80.000 a Portugal. La suma del rescate teórico de España y los recientes de Irlanda y Portugal suman, curiosamente, casi 750.000 millones.


Sólo la mitad.


Luego se supo que en realidad el fondo sólo tenía la mitad de su capacidad teórica. Y que, por tanto, no podría rescatar a España, un país demasiado grande para dejarlo caer pero también para poder rescatarlo. Y Sarkozy logró que en diciembre Merkel se comprometiera públicamente a hacer cuanto fuera necesario para salvaguardar la estabilidad del euro. Compromiso carente de cifras y detalles porque sobre la letra pequeña no hubo acuerdo.


Ambos acudieron a Davos en enero de 2011 a convencer a los grandes jefes de las multinacionales de su determinación de no dejar caer a España. Allí se dio por zanjada la crisis del euro, aunque se advirtió que podía reproducirse algún episodio de volatilidad en los mercados. Se referían a Portugal, cuyo rescate, junto al de Irlanda, se descontó hace meses.


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