lunes, 28 de febrero de 2011

Espacios urbanos cambiantes. “La Ciudad como unidad de consumo colectivo dentro del modo de producción capitalista”.

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Si, como señala Bourdieu, "el poder económico es primordialmente la capacidad de poner la necesidad económica a distancia", bien podemos inferir que los barrios urbanos son un ejemplo de poder económico a través del consumo de vivienda como un objeto estético. Los estilos de vida de (algunos) propietarios de viviendas podrían reflejar un empuje hacia el consumo conspicuo, en el que los objetos adquieren su función no a través de una simple designación material, sino, inversamente, como apéndices imaginarios de su poseedor.


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Espacios urbanos cambiantes.


“La Ciudad como unidad de consumo colectivo dentro

del modo de producción capitalista”.


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Gerardo del Cerro. *

Tribuna Abierta. Domingo, 27 de Febrero de 2011.

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Como objeto de análisis científico-social, la ciudad ha servido para generar hipótesis de alcance universal pero rara vez se ha utilizado para contextualizar tales hipótesis, quizá porque estamos acostumbrados a pensar en ella como contenedor espacial de los fenómenos económicos, políticos, sociales y culturales definitorios de la modernidad y sus diferentes post-transformaciones. Como bien afirma Giddens, solo los urbanistas adoptan como objeto de análisis lo que los demás científicos sociales usan como fuente temática. El resultado ha sido frecuentemente una problemática atribución a la ciudad de cualidades universales que todas poseen en todo tiempo y lugar, bien caracterizando el urbanismo como modo de vida específico de la ciudad (Wirth), bien definiendo esta como unidad de consumo colectivo dentro del modo de producción capitalista (Castells).

Una variante reciente del argumento universalista según el cual es posible adivinar en toda metrópolis una serie de atributos comunes y definitorios es la idea de ciudad global que, como centro de producción y control de los flujos financieros transnacionales, evoluciona en la tensión del espacio de los flujos y el espacio de los lugares y la dualización social que provocan. Esta cacofonía global representa en cierto modo una continuación de la vía estructuralista de análisis social en la que la generalización en los resultados antecede a la consideración contextualizada de los procesos que sirven de base a tales resultados.

Pero, pasadas casi cuatro décadas desde que surgieran los primeros análisis sobre la restructuración global del capitalismo, los muy necesarios correctivos comienzan a aparecer. A pesar de su disparidad, todos estos análisis comparten, implícita o explícitamente, la idea de un análisis relacional de los procesos sociales que, por un lado, enfatiza la complejidad de los contextos localizados de acción social y, por otro, asocia los impactos de la globalización a metáforas de fragmentación y yuxtaposición, no dualización. Lo que podríamos llamar versión fuerte de la tesis de la globalización (esto es, el impacto similar, unilinear y no mediado, de factores globales en contextos diferentes) es por tanto difícilmente defendible si se tiende a concebir la ciudad como una red global contextualizada (pero no espacialmente contenida) de flujos societales que no solo operan localmente sino en diferentes escalas espaciales.

Se traslada así la perspectiva desde la globalización a la localización global y a lo que llamaríamos, en directa traducción del término inglés, glocalización (Robertson), un disonante pero afortunado neologismo que para algunos se ha convertido en símbolo de la necesaria convergencia entre los excesos explicativos de los argumentos globales y las limitaciones analíticas de las perspectivas locales. Puede, por tanto, asumirse una globalización creciente de (o un acceso mayor y más extendido a) los flujos, medios o canales por los que se transmite la información, pero no una homogeneización global de resultados en territorios o lugares específicos; al contrario, la globalización, según Bird, nos acerca a la experiencia de la diversidad cultural.

Esta atención creciente a la localización global de los procesos sociales parece coincidir con un cierto resurgimiento de las interpretaciones de la ciudad como escenario para la producción y el consumo cultural. Aunque no se trata en absoluto de un fenómeno nuevo, su intensidad y el contexto histórico en que se desarrolla sí aportan elementos para su análisis pormenorizado. Por un lado, se ha extendido la legitimación colectiva del uso cultural del espacio urbano, con su referente más claro en las iniciativas de conservación y rehabilitación de centros históricos, que se han convertido en el primer espacio de uso cultural en numerosas urbes occidentales contemporáneas, y en un poderoso reclamo turístico.

Pero además de los centros históricos, la totalidad de la trama urbana se va dotando de nuevos espacios dedicados al consumo cultural (museos, galerías, centros de convenciones y congresos, salas de conciertos, hipermercados culturales) y, simultáneamente, muchos espacios de consumo tradicionales van adquiriendo una cierta estética cultural.

En consecuencia, la cultura emerge como sujeto de estrategias empresariales y políticas con una importancia de la que había carecido hasta ahora en las metrópolis contemporáneas pues, aunque no toda metrópolis adquiere el rango de global (como nodo articulador en la red financiera internacional), sí puede decirse que un buen número de ellas participa de los flujos culturales transnacionales y produce y experimenta las consecuencias específicas de tales flujos, visibles a nivel local en la presencia e influencia de empresas, trabajadores, turistas y productos extranjeros.

La inmediata consecuencia de todo esto es una mayor atención a la idea de lugar (en sus diferentes escalas territoriales) como eje instrumental de poder social, sin que sea necesario por ello interpretar las radicales transformaciones sociales y territoriales contemporáneas como el origen de una nueva medievalización del mundo debida sobre todo a la supuesta pérdida de control de los estados nacionales sobre sus funciones tradicionales.

No es momento éste para retomar la senda weberiana, pero sí para considerar genéricamente la vieja idea del urbanismo entendido en contexto cultural, según la cual "las ciudades conforman contextos en los que las culturas y las sociedades son producidas y transformadas, tanto como las propias ciudades son producidas y transformadas por esas culturas y sociedades". Si lo global se construye y se transforma en territorios específicos, también lo local contribuye a la producción de la intersección de múltiples relaciones sociales, procesos, estructuras, prácticas y representaciones que constituye esa dimensión socio-económica fluida y cambiante que hemos dado en llamar global.

Muchos barrios urbanos culturales pueden ilustrar la variedad de los procesos sociales intervinientes en lo que Lefebvre denominó genéricamente la producción del espacio. El surgimiento (o reinvención) como espacios culturales de esos barrios urbanos debe mucho a la legitimación general de la cultura y el arte como forma productiva y de vida en Occidente y no solo a los mecanismos de revalorización del suelo que se producen en el área y los desplazamientos poblacionales que ocasionan.

Pero, además, las interrelaciones específicas entre localización, la secuencia histórica de transformaciones locales, la configuración de intereses entre los habitantes del área y, muy particularmente, los usos de las representaciones -o imágenes- del lugar por diferentes actores sociales son factores que inciden decisivamente en la continua transformación de los espacios urbanos. Así, la gentrificación es un proceso de constitución de clase dentro de fronteras espaciales.

Si, como señala Bourdieu, "el poder económico es primordialmente la capacidad de poner la necesidad económica a distancia", bien podemos inferir que los barrios urbanos son un ejemplo de poder económico a través del consumo de vivienda como un objeto estético. Los estilos de vida de (algunos) propietarios de viviendas podrían reflejar un empuje hacia el consumo conspicuo, en el que los objetos adquieren su función no a través de una simple designación material, sino, inversamente, como apéndices imaginarios de su poseedor.

La gentrificación lleva a las ciudades hacia una nueva organización del consumo basado en el capital cultural. Este proceso funciona como un factor acumulativo para la legitimación política de posibles cambios en el uso del terreno. El turismo, la contemplación y experiencia de un significado urbano recientemente constituido por medio de la apropiación de la historia, incide en y resalta el aspecto consumista de la revitalización del centro de la ciudad.

El paradigma lefebvriano de la producción del espacio contiene corolarios específicos que debemos tener en cuenta. Las dimensiones de producción y consumo han de ser integradas en cualquier análisis de cambio urbano. Aunque la teoría cultural y sociológica ofrece una variedad de propuestas para establecer tal conexión, es el material empírico el que debe indicar la manera particular de hacerlo. Los lazos específicos entre los procesos económicos y políticos, por un lado, y la correlación entre los cambios globales y locales deben ser analizados "de abajo arriba", fieles al espíritu de la grounded theory.

La gentrificación, el arte, y el turismo pueden concebirse como productos diferentes de una estrategia política y económica común que demuestre una continuidad histórica: el deseo de los agentes locales en el gobierno y en el ámbito privado de atraer inversiones con el fin de "revitalizar" áreas urbanas centrales. La metáfora de la máquina de crecimiento sugiere, por otra parte, la aparición de procesos, inducidos localmente, de formación de coaliciones entre intereses políticos y económicos. Finalmente, el desarrollo histórico de los barrios urbanos puede proporcionar pistas interesantes para contextualizar adecuadamente las transformaciones contemporáneas. Todo ello puede contribuir, primero, a establecer la relación local-regional-nacional-global con respecto al cambio económico y cultural (es decir, a tomar en serio la idea de que los actores sociales construyen las escalas espaciales, que no deben ser reificadas), y en segundo lugar, a conseguir una comprensión significativa y específica de la tesis de la terciarización de la economía en un contexto local.

*Doctor por la New School for Social Research de Nueva York y por la Universidad Autónoma de Madrid.

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