lunes, 31 de enero de 2011

Europa y la globalización cultural. “La diversidad cultural enriquece nuestras sociedades”.

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El diálogo intercultural no sólo es una exigencia para la cohesión de nuestras sociedades, cada vez más multiculturales, sino también una prioridad política sostenible para la integración europea. Asimismo, es ya un elemento fundamental para la afirmación concreta de la contribución que la cultura puede aportar a Europa. En efecto, el diálogo intercultural contribuye a alcanzar varias prioridades estratégicas de la Unión, en particular respetando y fomentando la diversidad cultural, fomentando el compromiso de la Unión en favor de la solidaridad, la justicia social y una mayor cohesión en el respeto de los valores comunes en la Unión Europea y, por último, permitiendo a Europa hacerse oír mejor en el mundo y establecer una cooperación eficaz con los países vecinos.
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La hibridación cultural un escape a la globalización. El día que los pueblos del mundo hayan aceptado, renuncien o se sometan “libre” o “pacíficamente” a la imposición de la globalización cultural - el imperialismo cultural o la occidentalización del mundo - ese día estarán renunciando a su propia cultura e identidad nacional.
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Europa y la globalización cultural.


“La diversidad cultural enriquece nuestras sociedades”.

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Hoy.es. Opinión. Sábado 29 de enero del 2011.


JAN FIGEL.- Educación, Formación, Cultura y Multilingüismo de la U.E.



LOS efectos de la globalización y de las sucesivas ampliaciones de la Unión Europea -combinados con los de la mayor movilidad y los de antiguos y nuevos flujos migratorios- han modificado profundamente las interacciones entre las culturas, las religiones, las etnias y las lenguas, tanto en Europa como en otros lugares. Para muchos ciudadanos, es cada vez más difícil situarse, reconocerse, en una diversidad cultural considerada demasiado amplia, demasiado repentina, que se vive desde demasiado cerca. Si no se tiene la capacidad de aunarla, la diversidad se convierte en una fuente de repliegues y miedos, esos mismos repliegues y miedos que suscita a veces un proyecto europeo que no se entiende bien.

Dentro de la Unión Europea, es probable que la memoria haya contribuido en gran medida a nuestro apego a la diversidad cultural, que es uno de los pilares de la integración europea. Por otra parte, compartimos ese apego con muchos otros países de todo el mundo.

La diversidad cultural enriquece nuestras sociedades y, si estamos de acuerdo en el valor intrínseco de esa diversidad, debemos no sólo preservarla, sino también aunarla, tanto para fomentar la cohesión de nuestras sociedades o para profundizar en el proyecto europeo como para lograr la estabilidad y la paz en el mundo.

La comunidad internacional ha reconocido en repetidas ocasiones la doble naturaleza de los bienes y servicios culturales, que intervienen en la expresión de la cultura de un pueblo, incluso en su afirmación, y al mismo tiempo tienen un valor económico. El aumento de los intercambios mundiales incrementa, más que nunca en el pasado, nuestras posibilidades de acceso a las obras culturales de todo el mundo, las más variadas y lejanas.

En el contexto dual, específico de la Unión Europea, en el que conviven la integración regional y la globalización, surgen nuevos retos y nuevos interrogantes en cuanto al futuro de las culturas y las expresiones culturales.

¿Es posible promover un desarrollo equilibrado del diálogo y los intercambios culturales en todo el mundo y evitar las tendencias hacia la hegemonía cultural y la pérdida de identidad, fuentes ambas de conflicto entre las personas? ¿Serán capaces los países o las uniones de países de mantener su voz cultural y, por tanto, su existencia, en particular mediante políticas públicas, o se verán forzados a renunciar a su capacidad de acción en el ámbito de la cultura, o a una parte de ella, en beneficio de normas internacionales sobre el comercio y las fuerzas del mercado?

A la vista de lo que está en juego, puede entenderse que la cuestión de la diversidad cultural se haya convertido en uno de los principales temas de debate a escala europea y mundial en los últimos años.

El próximo reto que tenemos que afrontar consiste en pasar de la protección y promoción de la diversidad cultural a la delicada tarea de desarrollar un auténtico diálogo intercultural. En un contexto cada día más multicultural, valores compartidos como la libertad, la igualdad, la tolerancia y la solidaridad, que cohesionan nuestras sociedades, no pueden sostenerse si no concedemos mayor preeminencia a la promoción del entendimiento mutuo y el diálogo entre las diferentes culturas que constituyen Europa.

Para revitalizar el proyecto europeo no cabe duda de que es necesario un diálogo nuevo y más intenso entre las instituciones europeas y el ciudadano. Sin duda alguna, es aún más necesario un diálogo entre los ciudadanos mismos, que sólo podrán reconocerse como ciudadanos europeos si hay una unidad respetuosa de su diversidad.

El diálogo intercultural no sólo es una exigencia para la cohesión de nuestras sociedades, cada vez más multiculturales, sino también una prioridad política sostenible para la integración europea. Asimismo, es ya un elemento fundamental para la afirmación concreta de la contribución que la cultura puede aportar a Europa.

En efecto, el diálogo intercultural contribuye a alcanzar varias prioridades estratégicas de la Unión, en particular respetando y fomentando la diversidad cultural, fomentando el compromiso de la Unión en favor de la solidaridad, la justicia social y una mayor cohesión en el respeto de los valores comunes en la Unión Europea y, por último, permitiendo a Europa hacerse oír mejor en el mundo y establecer una cooperación eficaz con los países vecinos.

El diálogo intercultural tiene lugar tanto en la escuela como en la empresa, en el teatro como en los estadios de fútbol, en la vida de los barrios como en la movilidad de las personas al otro lado de las fronteras, en los medios de comunicación como en el arte. No nos equivoquemos: ese diálogo no es algo tan obvio. Tal vez sea fácil, casi natural, allí donde las personas se sienten suficientemente tranquilas y sienten que se valora su identidad y el lugar que ocupan en la sociedad.

En cambio, ha de desmontar múltiples prejuicios y superar tensiones y miedos allí donde la diferencia cultural se pone como excusa para justificar diversos tipos de malestar, en particular económico y social, y es instrumentalizada por causas que en muchos casos le son totalmente ajenas. En ese caso, la diferencia cultural se convierte en una máscara que se coloca sobre la pobreza, la marginalización o la exclusión.

La diversidad cultural y el diálogo intercultural son dos pilares necesarios para una transición fructífera hacia el desarrollo sostenible y la estabilidad. Parafraseando a Jean Monnet, uno de los padres fundadores de Europa, no debemos encarar la capacidad de Europa para hacer frente a estos retos con optimismo ni con pesimismo, sino con determinación.

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