domingo, 21 de noviembre de 2010

La rebelión de las clases medias. Su enemigo es el nuevo mundo incubado por la globalización neoliberal.

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Las clases medias, nunca han tenido protagonismo ni menos han sido los sujetos sociales histórico ni lo serán, simplemente porque su “lucha”, “oposición”, “movilización”, “resentimiento”, “desconfianza”, - por hoy generacional – ha sido en relación de sus propios intereses hiper-individuales, hoy alentados por la competitividad, el triunfalismo, la competencia, el fundamentalismo, el mercado, siempre han sido, actuado, intervenido, con la finalidad de solucionar sus propios intereses. Su “lucha” es siempre coyuntural – pasa la lluvia o el aluvión – y nuevamente se alinean donde les corresponde históricamente y pensar que es el sector más conservador, reaccionario, excluyente, marginador, hasta “racista” – incluso con su propia gente - en ciertas circunstancias cuando sus intereses están en peligro o cuando se encuentra en los “cielos” de la bonanza económica. O si no comiencen a caminar por Latino-América. El Perú hoy es “la joya de la reina”, en especial el de los sectores medios emergentes. Ideología, política, partido político, compromiso con el país, responsabilidad, valores, CERO. Sus intereses son primero, sus derechos son primero, sus inversiones son primero y eso que por arriba tienen a los verdaderos tiburones y “dueños” del Perú, favorecidos con el crecimiento macro-económico del modelo neoliberal.

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Europa. La rebelión de las clases medias contra el neoliberalismo, en una coyuntura de demolición del Estado de Bienestar y los derechos sociales de los ciudadanos europeos.

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La rebelión de las clases medias.

Su enemigo es el nuevo mundo incubado por la globalización neoliberal.

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LLUÍS BASSETS.

El País. Domingo 21 de noviembre del 2010
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Hay una rebelión en marcha. De las clases medias contra los poderes establecidos. Su enemigo es el nuevo mundo incubado por la globalización, que acaba de romper la cáscara con la crisis económica. La caída de rentas, el desempleo, la pérdida de ventajas sociales y el horizonte de un bienestar decreciente que sufren europeos y norteamericanos se corresponde con la aparición de unas nuevas clases medias globales en los países emergentes, con una voracidad consumidora y una actitud ante el futuro tan ambiciosa como sus homólogas occidentales en el momento de su ascensión.

El desplazamiento del centro de gravedad del planeta transfiere poder económico y político, pero también capacidad para imponer pautas y valores. Las clases medias chinas están más ocupadas en el glorioso enriquecimiento que les prometió Deng Xiaoping que en la defensa de los derechos humanos y las libertades públicas. Las de los países islámicos, incluidas democracias como Indonesia y Turquía, sienten más preocupación por la llamada difamación de la religión, que identifican con la libertad de expresión occidental, que con la discriminación, e incluso, el maltrato de la mujer que todavía practican en sus familias patriarcales, apoyándose en muchas ocasiones en textos religiosos.

Ya no cuenta aquella clase obrera que inspiró a Marx. Las clases medias urbanas son ahora los sujetos de la historia. Los regímenes que quieren asegurar su estabilidad se basan en un pacto que garantiza la prosperidad de estas clases que ahora marcan el paso del mundo. Este pacto se está agrietando en las sociedades europeas y norteamericana, donde los partidos e ideologías que lo han cementado durante los últimos 60 años no consiguen hacer pasar sus mensajes y encuadrar a sus antiguas clientelas. Lo expresa el populismo rampante, que se moviliza en la contención de la inmigración, la lucha ideológica contra el islam y la protesta contra los partidos e instituciones que hasta hace bien poco habían asegurado la prosperidad y el futuro.

Las clases medias occidentales se rebelan contra una pérdida de poder que sufren directamente. Pero su actitud tiene algo de suicida. No quieren inmigrantes, cuando necesitan mano de obra cualificada y abundante para asegurar el futuro de sus economías y sistemas sociales. No quieren musulmanes, cuando la única posibilidad de organizar sociedades plurales en paz y democracia es aislar a los violentos y a los ultras de la gran masa de creyentes. No tienen apego a lo público, cuando han sido el mercado y la desregulación los que las han dejado a la intemperie. En Europa reniegan de la unidad europea y en Estados Unidos coquetean con el aislacionismo o el belicismo, pero su única salida es una fuerte alianza transatlántica que compense el naciente desequilibrio del mundo sin caer en una nueva guerra fría.

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