martes, 7 de septiembre de 2010

Muerte por globalización. Los Economistas no tienen ni idea.

&&&&&La “consolidación fiscal”, nuevo nombre dado a la austeridad, podría salvar el dólar. Sin embargo, a menos que el objetivo a alcanzar sea el hambre, la falta de vivienda y la agitación social, la austeridad debe recaer sobre el presupuesto militar. Estados Unidos no puede permitirse el lujo de mantener sus guerras, que le cuestan millones de millones de dólares, y que sólo sirven para enriquecer aún más a los inversores en la industria de armamentos. EE.UU. no puede permitirse el sueño neoconservador de una hegemonía mundial y un Oriente Medio vencido y abierto a la colonización israelí.
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Enfermedad, guerra, hambre, muerte, bendecidos por el nuevo orden mundial….

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Los economistas no tienen ni idea.


Muerte por globalización.

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Paul Craig Roberts.

CounterPunch

Traducido por S. Seguí.


¿Se han hecho los economistas a sí mismos irrelevantes? Si tiene alguna duda, eche un vistazo a la edición actual de la revista The International Economy, una publicación de excelente presentación que cuenta con el respaldo de los ex presidentes de la Reserva Federal Paul Volcker y Alan Greenspan, además del presidente del Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet, el ex secretario de Estado George Shultz, el New York Times y el Washington Post, diarios que aseguran que la revista se encuentra “a la cabeza del pelotón.”

El artículo principal del último número es El gran debate sobre el estímulo (1) ¿Contribuye el estímulo fiscal de Obama a la mejora de la economía o es un obstáculo para ésta?

El profesor de economía de Princeton y columnista del New York Times Paul Krugman y el jefe economista de Moody's Analytics Mark Zandi representan la perspectiva keynesiana según la cual el gasto de público a cuenta del déficit es necesario para sacar la economía de la recesión. Zandi afirma que gracias al estímulo fiscal la economía ha hecho enormes progresos desde principios de 2009, una opinión compartida por el Consejo presidencial de asesores económicos y la Oficina de Presupuestos del Congreso.

El punto de vista opuesto, defendido por el profesor de economía de Harvard Robert Barro y otros economistas europeos como Francesco Giavazzi y Pagano Marco así como el Banco Central Europeo, asegura que los excedentes presupuestarios logrados por el Gobierno mediante el recorte del gasto estimulan la economía al reducir la ratio de la deuda respecto al producto Interno bruto. Se trata de la escuela de economía del tipo “[si no tienen pan,] que coman torta.”

Barro asegura que el estímulo fiscal no tiene ningún efecto, porque la gente anticipa los futuros incrementos fiscales que implica el déficit público y aumenta su ahorro personal para compensar la deuda pública. Giavazzi y Pagano llegan a la conclusión de que, dado que el estímulo fiscal no se extiende a la economía, la austeridad fiscal basada en un aumento de los impuestos y una reducción del gasto público podría ser la cura para el desempleo.

Si uno pasa por alto el mundo real y la necesidad vital de obtener un sustento, uno puede llegar a encandilarse con este debate. Sin embargo, en cuanto uno mira el mundo por la ventana se da cuenta de que los recortes de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid, los cupones de comida y los subsidios a la vivienda en un momento en que 15 millones de estadounidenses han perdido sus empleos, su cobertura médica y sus hogares significan un camino seguro a la muerte por inanición, enfermedades curables o congelación, además de la pérdida de los insumos de mano de obra productiva de 15 millones de personas. Aunque algunos defensores de esta política anti keynesiana niegan que dé lugar a trastornos sociales, la observación de Gerald Celente está más cerca de la realidad: “Cuando la gente no tiene nada que perder, lo pierde.”

La escuela keynesiana Krugman es igualmente ilusa. Ninguna de las partes participantes en El gran debate sobre el estímulo tiene idea de que el problema de los EE.UU. sea que una gran parte de su PIB y los empleos, ingresos y carreras profesionales ligadas a éste han sido trasladados a ultramar y entregados a chinos, indios y otros trabajadores extranjeros de bajo nivel de salarios. Los beneficios se han disparado en Wall Street, mientras que las perspectivas de empleo para la clase media han quedado destruidas.


La deslocalización de empleo en Estados Unidos fue resultado, en primer lugar, de las presiones de Wall Street para obtener “rendimientos accionariales más altos”, es decir, más beneficios, y, en segundo, de la influencia de economistas descerebrados, como los que participan en el debate sobre el estímulo fiscal, que asocian erróneamente la globalización con el libre comercio en lugar de su antítesis: la búsqueda de un factor de más bajo costo en el extranjero o factor de ventaja absoluta, lo contrario de la ventaja comparativa que es la base de la teoría del libre comercio. Incluso Krugman, que tiene algunas credenciales como teórico del comercio ha caído en trampa de igualar la globalización al libre comercio.

Como los economistas suponen, erróneamente según las teorías del comercio más recientes como las de Ralph Gomory y William Baumol, que el libre comercio siempre es mutuamente beneficioso, no han podido examinar los devastadores efectos nocivos de la deslocalización. Los más inteligentes de entre ellos que señalan este elemento son descartados con el sambenito de “proteccionistas”.

La razón de que los estímulos fiscales no puedan salvar la economía de estadounidense no tiene nada que ver con la diferencia entre Barro y Krugman. Tiene que ver con el hecho de que un gran porcentaje de empleos de alta productividad y alto valor añadido, y los ingresos y las carreras profesionales de la clase media se han entregado a personas de otros países. Lo que antes era PIB de EE.UU. es ahora PIB de China, India y otros países.

En los casos en que los empleos han sido trasplantados al extranjero, el estímulo fiscal no es una llamada a la vuelta al trabajo de los trabajadores con el fin de satisfacer la demanda de consumo creciente. Si el estímulo fiscal tiene algún efecto, será el estímulo del empleo en China y la India.

La escuela económica del tipo “que coman torta” está igualmente equivocada. A medida que la inversión, la investigación, el desarrollo tecnológico, etc. han sido trasladados a otros países, el recorte de derechos económicos simplemente hunde a la población nacional todavía más. Los estadounidenses no pueden pagar sus hipotecas, plazos del coche, matrículas escolares, facturas de servicios públicos o para el caso cualquier factura, sobre la base de las escalas salariales de China e India. Por lo tanto, los estadounidenses son expulsados del mercado de trabajo y se convierten en dependientes del presupuesto federal. La “consolidación fiscal” significa la cancelación de un gran número de seres humanos.

Durante la Gran Depresión, muchos asalariados eran recién llegados al mercado de trabajo, procedentes de explotaciones agrícolas familiares, donde muchos padres y abuelos seguían ganándose la vida. Cuando sus puestos de trabajo en la ciudad desaparecieron, muchos pudieron volver al campo.

Hoy la agricultura está en manos de la agroindustria. No hay granjas a las que los desempleados puedan regresar.

La escuela económica “que coman torta” nunca menciona el único punto a su favor. Estados Unidos, con toda su inflada fuerza e importancia, depende del dólar como moneda de reserva. Es este papel del dólar lo que permite a Estados Unidos pagar sus importaciones en su propia moneda. Para un país cuyo comercio es tan desequilibrado como el de Estados Unidos, este privilegio es lo que mantiene el país a flote.

Las amenazas al papel del dólar son los déficit presupuestario y comercial. Ambos son tan grandes y se han acumulado durante tanto tiempo que la perspectiva de corregirlos se ha evaporado. Como he escrito desde hace ya años, EE.UU. es tan dependiente del dólar como moneda de reserva que se ve obligado a tener como principal objetivo de sus políticas la preservación de este papel. De lo contrario, al ser un país dependiente de las importaciones, no será capaz de pagar por el exceso de importaciones sobre las exportaciones.

La “consolidación fiscal”, nuevo nombre dado a la austeridad, podría salvar el dólar. Sin embargo, a menos que el objetivo a alcanzar sea el hambre, la falta de vivienda y la agitación social, la austeridad debe recaer sobre el presupuesto militar. Estados Unidos no puede permitirse el lujo de mantener sus guerras, que le cuestan millones de millones de dólares, y que sólo sirven para enriquecer aún más a los inversores en la industria de armamentos. EE.UU. no puede permitirse el sueño neoconservador de una hegemonía mundial y un Oriente Medio vencido y abierto a la colonización israelí.

¿Sorprende a alguien que ni uno solo de los defensores de la escuela “que coman torta” mencione la reducción del gasto militar? Los derechos económicos, a pesar del hecho de que son pagados por impuestos destinados a este fin específico y de que han registrado superávit desde la época de Ronald Reagan, son siempre lo que los economistas ofrecen a la guillotina.

¿Y qué opinan ambas escuelas respecto al dilema entre inflación o deflación? No tenemos que preocuparnos. Martin Feldstein, uno de los economistas de primera fila de Estados Unidos afirma: “La buena noticia es que los inversores no deberían preocuparse por ninguna de las dos.” Su explicación resume bien la despreocupación de los economistas estadounidenses.

Feldstein dice que no puede haber inflación debido a la alta tasa de desempleo y la baja tasa de utilización de la capacidad. Por lo tanto, “hay poca presión al alza sobre los salarios y los precios en Estados Unidos.” Además, “el reciente aumento en el valor del dólar respecto al euro y la libra ayuda a reducir los costos de importación.”

En cuanto a la deflación, no hay riesgo tampoco ahí. El enorme déficit impide la deflación, “por lo que la buena noticia es que la posibilidad de una inflación o una deflación significativas en los próximos años figura en un lugar bajo en la lista de riesgos económicos que enfrenta la economía de EE.UU. y los inversores financieros.”

Tenemos ante nosotros una profesión económica desconocedora. Puede haber un período inicial de deflación a medida que las existencias de viviendas y los precios bajan con la economía, que están bajando y no subiendo. La deflación será de corta duración, porque como el déficit del gobierno aumenta con la economía en declive, la perspectiva de financiar un déficit de dos billones de dólares anuales se evapora una vez que los inversores individuales han completado su huida del mercado de valores a los bonos “seguros” del Estado, una vez que las crisis griega, española e irlandesa, anunciadas a bombo y platillo, han propiciado el traslado de los inversionistas del euro al dólar, y una vez que las excesivas reservas de los bancos creadas por el plan de rescate se han utilizado en la compra de bonos del Tesoro.

Así pues, ¿cómo se financia el déficit? No busque una respuesta a uno y otro lado del gran debate del estímulo. No tienen ni idea, a pesar de que la respuesta es obvia.

La Reserva Federal monetizará el déficit del gobierno federal, y el resultado será una elevada inflación –posiblemente hiperinflación– y un elevado desempleo, de forma simultánea.

El establishment de la economía descerebrada no tiene una respuesta de política económica para evitar la gran debacle, suponiendo que sean capaces de reconocerla.

Los economistas que han pasado sus vidas profesionales racionalizando la globalización como algo bueno para Estados Unidos no tienen ni idea del desastre que han provocado.

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Paul Craig Roberts fue secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan y redactor jefe del Wall Street Journal. La crítica económica esbozada en este artículo está desarrollada en su más reciente libro How the Economy Was Lost (Cómo perdimos la economía). Puede contactarse en: paulcraigroberts@yahoo.com

S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.

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