martes, 29 de diciembre de 2009

CHINA EN LA HISTORIA Y EN LA ACTUALIDAD. La Economía emergente más poderosa del mundo.

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Fue un proceso liderado
por las políticas públicas de transformación, incluyendo los equilibrios macroeconómicos y regulaciones para fortalecer la competitividad de la producción nacional, evitar las burbujas especulativas y encuadrar a las inversiones de filiales extranjeras en el proceso interno de transformación, bajo el liderazgo de los intereses privados y públicos nacionales.
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Buenos Aires Económico.

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China en la historia y en la actualidad.

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Aldo Ferrer.

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Diciembre 12 del 2009.



Después de un letargo de siete siglos, China reapareció en las últimas décadas del siglo XX como un protagonista decisivo de los acontecimientos internacionales. Este hecho transforma el escenario global dentro del cual se desenvuelve la economía argentina abriendo oportunidades y planteando nuevos desafíos. Hasta el Renacimiento de los pueblos cristianos de Europa Occidental, China era la civilización mas populosa del planeta y la más avanzada. Sus logros incluían la imprenta de tipos móviles, las grandes bibliotecas, la pólvora, la cerámica, las redes de canales, la agricultura bajo riego y la producción de más de 100 mil toneladas anuales de hierro y sus manufacturas.







El cuadro, en dólares de 1990, sobre datos del historiador Angus Maddison, revela el hecho asombroso que, entre 1300 y 1950, el producto per capita chino disminuyó y se abrió una enorme brecha respecto de Europa Occidental. La causa determinante de estos hechos es que las naciones europeas cristianas avanzadas fueron protagonistas del avance científico y tecnológico y su difusión en la actividad económica y la organización social. Lo mismo sucedió en los vástagos europeos (Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelanda) y en Japón. Por el contrario, en China, sus condiciones internas sociales, políticas y culturales, impidieron la transformación, generaron un prolongado estancamiento y subordinaron el país a la dominación de las potencias imperialistas.

El cambio de tendencia se inicia con la recuperación de la densidad nacional de China a partir de la revolución liderada por Mao. Recordemos que la densidad nacional de un país esta formada por su cohesión social, la impronta nacional de sus liderazgos e ideología y la estabilidad institucional. La revolución fortaleció la densidad nacional en todos esos planos y, sobre estas bases, China recuperó el ejercicio efectivo de la soberanía. Sin embargo, el país quedó atrapado en el sectarismo ideológico del “gran salto adelante” y la “revolución cultural”. Tan sólo a fines de la década de1970, con las reformas, apertura y liberalización del régimen económico, se soltaron las fuerzas de la iniciativa privada bajo el liderazgo de las políticas públicas orientadas a reformar la agricultura y, sobre todo, a impulsar el desarrollo acelerado de las industrias de frontera, la capacitación de los recursos humanos y el desarrollo acelerado del sistema nacional de ciencia y tecnología.

Fue un proceso liderado por las políticas públicas de transformación, incluyendo los equilibrios macroeconómicos y regulaciones para fortalecer la competitividad de la producción nacional, evitar las burbujas especulativas y encuadrar a las inversiones de filiales extranjeras en el proceso interno de transformación, bajo el liderazgo de los intereses privados y públicos nacionales.

El cambio de rumbo reavivó las energías creadoras de la extraordinaria civilización china, aletargada durante siete siglos. Los resultados fueron tan asombrosos como el mismo estancamiento. En las últimas tres décadas, el producto total chino aumentó 900% y el per capita 600%. En sectores clave como el acero (en donde la producción china es el 50 % de la mundial) e industrias de vanguardia como la electrónica, China es hoy un protagonista principal de la economía mundial y de la globalización. La incorporación masiva de centenares de millones de personas a la gestión del conocimiento en las actividades de vanguardia, ha transformado la oferta y los mercados mundiales de manufacturas y generado una creciente demanda de alimentos y materias primas.

Al mismo tiempo, el potencial financiero acumulado por el país lo convierte en un protagonista principal en los mercados y, crecientemente, a través de las corporaciones chinas, en las inversiones privadas directas. Las reservas internacionales de divisas superan los dos billones de dólares. El país se ha vinculado masivamente en la integración de cadenas de valor en sectores de frontera, con una compleja red de vínculos entre empresa chinas (incluidas las corrrespondientes a empresarios de la diáspora radicados fuera del territorio continental) y corporaciones transnacionales europeas, norteamericanas, japonesas y de otros países.

El pueblo chino genera una tasa de ahorro superior al 30% del PBI, entre las más elevadas del mundo. Hasta ahora, ese ahorro excedió la demanda para abastecer el consumo y la inversión interna. En todo su proceso de expansión de las últimas tres décadas, la economía china contó con la demanda adicional generada en el déficit de la economía norteamericana. La política económica fortaleció la competitividad de la producción doméstica, en los mercados internacionales y en el interno, a través de un tipo de cambio subvaluado. Esto generó un persistente superávit de los pagos internacionales de China y la acumulación de una enorme masa de reservas, buena parte de las cuales está invertida en papeles de deuda norteamericana. Sobre esas bases, China alcanzo niveles de inversión vecinos al 40% del PBI y tasas del crecimiento del PBI cercanas al 10% anual. La expansión china está, en consecuencia, asociada a desequilibrios macroeconómicos de la economía mundial, una de cuyas manifestaciones principales es, precisamente, el exceso de ahorro chino y la insuficiencia de ahorro norteamericano.

En resumen, como hemos visto en notas anteriores en este mismo espacio, la emergencia de China replantea las relaciones económicas internacionales y el proceso de globalización. Entre las cuestiones a resolver está el restablecimiento del equilibrio de los pagos internacionales y la relación ahorro-inversión, de China y Estados Unidos. El previsible ajuste norteamericano obligará a China a buscar nuevas fuentes de demanda que deberá encontrar, en medida principal, dentro de sus propias fronteras, a través de la integración de los centenares de millones de personas que aún permanecen al margen del dinamismo económico del país. En parte ya lo está haciendo y logrando, como lo revela el hecho de que, este año 2009, las exportaciones chinas declinaron alrededor del 20% pero el PBI siguió creciendo por encima del 7%, impulsado por el dinamismo de la demanda interna de consumo e inversión.
Todas las redes de la globalización (comercio, finanzas e inversiones) están registrando la incorporación de centenares de millones de personas a la gestión del conocimiento y su aparición como nuevos protagonistas de la economía mundial. ¿Cómo se comportará China frente al resto del mundo? Este es un interrogante que Argentina y toda América latina deben analizar para responder adecuadamente a las nuevas realidades.

Respecto de las economías avanzadas de Occidente y del mismo espacio Asia Pacífico, China probablemente se comportará igual que Japón, Corea o Taiwán. Vale decir, participando de la división intraindustrial del trabajo, la integración de las cadenas de valor y de los mercados financieros. Es decir, se incorporan a la relación centro centro. Respecto de sus abastecedores de productos primarios del resto del mundo, como lo son las economías de América latina y África, probablemente repetirán el comportamiento de las antiguas naciones industriales. Es decir, importar productos primarios y exportar manufacturas, inversiones y créditos. La antigua relación centro periferia volvería a tener entonces una nueva época de esplendor, ahora con su eje dominante en Extremo Oriente. En la explotación de los recursos naturales de la periferia, se están incorporando las innovaciones provenientes, principalmente, de las biociencias y la informática, como lo demuestra, por ejemplo, el notable avance tecnológico en la cadena agroalimentaria de la Argentina. Pero esta penetración parcial de las innovaciones está muy lejos de constituir un avance amplio y profundo en la gestión del conocimiento y de procesos amplios de acumulación y desarrollo.

En conclusión, el dilema que deben resolver Argentina y los países hermanos de América latina es si el impulso que actualmente vuelve a venir de afuera, por la valorización de los recursos naturales y la emergencia de China como un nuevo polo dinámico de la economía mundial, va a quedar limitado, como en el pasado, en los límites de la producción primaria, la semi-industrialización y sociedades socialmente fragmentadas. O si, por el contrario, constituyen una plataforma para el desarrollo integrado y la formación de economías industriales avanzadas en nuestros países.

Aldo Ferrer

Director Editorial de Buenos Aires Económico

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