domingo, 20 de septiembre de 2009

LA CULTURA EN EL MUNDO GLOBAL: Ha surgido una nueva manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la inversa.

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El enfoque cultural del proceso de globalización implica escapar de un economicismo trasnochado al que lo reducen algunos analistas. Si tenemos que mirar al mundo como un proceso multidimensional y a la cultura como el medidor supremo del desarrollo, podemos escapar de los simplismos. La construcción de una red de redes en diferentes planos interconectados debe llevarnos a una profundización de los peligros de homogeneización y al análisis de cómo la diversidad (tradiciones, lenguas, identidades) se insertan en esta nueva realidad global.
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Admitamos, no obstante, que el temor existía en algunos: la sepultura de la cultura local. Lo que ha pasado es todo lo contrario, se ha reordenado esa cultura y en muchos casos se ha hecho igualmente global. Lo que ha sucedido es que ha surgido una nueva manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la inversa. Es obvio que los cambios culturales se producen en diversas áreas, como el trabajo y la comunicación y en todos los planos de la nueva ecuación, incluyendo en el interior de los territorios delimitados por la división llamada fronteras.
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La cultura en el mundo global.

Teódulo López Meléndez. Sábado, 5 de septiembre de 2009.

Analítica.com

El enfoque cultural del proceso de globalización implica escapar de un economicismo trasnochado al que lo reducen algunos analistas. Si tenemos que mirar al mundo como un proceso multidimensional y a la cultura como el medidor supremo del desarrollo, podemos escapar de los simplismos. La construcción de una red de redes en diferentes planos interconectados debe llevarnos a una profundización de los peligros de homogeneización y al análisis de cómo la diversidad (tradiciones, lenguas, identidades) se insertan en esta nueva realidad global. El simplismo de que globalización es MacDonald en cada sitio no parece apropiado para una investigación seria, pero la llamada “izquierda caviar” allí se sitúa, en la reiteración del peligro de imposición de un pensamiento único.

Una cosa es el comportamiento de los llamados centros del poder, tal como han existido y existen, y otra la diversidad repotenciada de manifestaciones culturales que se insertan en la globalización saliendo, algunas, del desconocimiento y haciéndose universales mediante los medios de la nueva comunicación horizontal.

Uno busca en los sistemas de organización continental más avanzados, léase Europa, y encuentra la preocupación por la cultura. En los documentos europeos sobre cultura se proclama hacer de la diversidad el principio de la unidad. Es más, se recuerda con acierto, que antes de los primeros acuerdos sobre el carbón y el acero, esto es, antes del inicio de la construcción económico-política de Europa, lo que unía al llamado viejo continente era la cultura. No puede encontrarse en la unificación europea ejemplos de irrespeto a las diversidades culturales de los Estados miembros. Lo que ha sucedido es lo contrario, la exposición del público europeo a una variedad que antes o era imposible o que presentaba trabas.
Sin embargo, la Comisión (órgano ejecutivo de la UE) no ha dejado de advertir, en sus comunicaciones al Parlamento y demás órganos comunitarios, sus preocupaciones por sociedades cohesionadas o interculturales. Principios como la paz, el entendimiento mutuo y los valores compartidos, los derechos humanos y la protección a las diversas lenguas, pretenden introducir a Europa mucho más que un poder económico, sino un proyecto social y cultural. Hay que reconocer otros esfuerzos de índole cultural como la Fundación Euromediterránea para el Diálogo de las Culturas en Alejandría o programas como “Invertir en las personas” o como “Promoción de la cultura como catalizador para la creatividad (Estrategia de Lisboa para el crecimiento y el empleo)”. En términos precisos, el ejemplo más avanzado de unidad regional nos muestra todo un panorama de defensa cultural, contrariamente al vaticinio de uniformización. Otra cosa es el trato a las migraciones, como veremos más adelante.

En el 2007 se produce un documento de relevante importancia. La UNESCO pone en vigor la “Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales”. La Iglesia Católica, a través del presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, monseñor Gianfranco Ravasi, ha llamado la atención sobre la necesidad de la preservación de la multiplicidad cultural pidiendo equilibrar el lenguaje universal y las características propias de cada cultura relevando la dimensión del arte.

Admitamos, no obstante, que el temor existía en algunos: la sepultura de la cultura local. Lo que ha pasado es todo lo contrario, se ha reordenado esa cultura y en muchos casos se ha hecho igualmente global. Lo que ha sucedido es que ha surgido una nueva manera de entenderla, entenderla desde lo global y lo más significativo, hacerlo a la inversa. Es obvio que los cambios culturales se producen en diversas áreas, como el trabajo y la comunicación y en todos los planos de la nueva ecuación, incluyendo en el interior de los territorios delimitados por la división llamada fronteras.

No puede pretenderse que la globalización, y menos la cultura en su seno, sea un proceso homogéneo. Por el contrario, es necesario esperar contradicciones y conflictos. Todo es aquí fragmentario, diverso, por definir. La cultura tiene que ver con todo lo creativo y cuando diversos modos creativos o formas de crear o resultados creados se encuentran se produce un enriquecimiento global. Es obvio que ello conduce a una heterogeneización agudizada, pero una ya preexistente en la condición misma de existencia de las culturas que se encuentran.

Hipercomplejidad vs. Pensamiento único.

Hay que admitir, no obstante, que el sacar el proceso de globalización de donde algunos pretenden encallejonarlo, esto es, en lo económico y luego, en menor cuantía, en lo político, para llevarlo al terreno de lo socio cultural, plantea exigencias epistemológicas de hipercomplejidad y exigiría el abordaje de temas como el caos, la autoorganización, los fractales y los conjuntos borrosos. Manuel Castells (La era de la información, la ciudad y los ciudadanos, La galaxia Internet) insiste, en un análisis volcado hacia lo comunicacional, en una “virtualidad real”, es decir, los símbolos se convierten en experiencia real y donde cambia el concepto de poder y hasta la razón lógica. Ello conlleva a lo que ya hemos señalado, a la construcción de redes como nuevas formas de poder y al renacer, en todo su esplendor, de la vida local. Es algo que podríamos llamar con Zigmunt Bauman (Liquid modernization, Globalization. The human consequences) el fin de la geografía, un fin que afecta desde el amor y los vínculos humanos hasta el arte mismo. Quizás sea Bauman el primero en haber utilizado el término “glocalización”, para poner de relieve los daños de una mirada unilateral, es decir, mirar sólo desde el punto global perdiendo de vista lo local. Y es aquí, creemos nosotros, de donde hay que mirar el asunto cultura en el mundo global, cambiar el sentido de la mirada, algo que no puede entender la “izquierda caviar”.

Estamos, pues, ante una situación que hemos denominado de multiculturalismo lo que requiere una mirada multidimensional. Y, obviamente, ese rescate rechaza lo global como simple homogeneización. Al fin y al cabo, lo global multiplica lad interdependencias.
Frederic Munné, (De la globalización del mundo a la globalización de la mente) analiza el tema manejando puntos como las relaciones no lineales, dinámica caótica, organización autógena, desarrollo fractal y delimitación borrosa. Brevemente: la globalización no es una sucesión lineal de causas y efectos, de manera que hay que leerlo como un hipertexto, insiste Munné, señalando que“un contexto lineal o no lineal muestra realidades distintas: en aquél, la incertidumbre es desconocimiento que emana de la información faltante, mientras que en este pasa a ser fuente de conocimiento en tanto que emana de la información emergente”. Caótica, porque estamos ante un sistema hipersensible a las variaciones, aunque sean pequeñas, lo que indica que subyace el caos, lo que paradójicamente lleva a concluir que no se está en un desorden sino ante la génesis de un orden. La complejización aumenta la posibilidad de organización dado que en lo local pasa a residir la creatividad emergente, de manera que no hay posibilidad de repetición de mimetismo o de clonación, puesto que al fractalizarse la sociedad genera una iteración creadora.

En otras palabras, la tesis del “pensamiento único” es un trasnocho de una izquierda perdida. El contexto global, per se, exige voces múltiples. La tesis del “pensamiento único” plantea que este debe ser impuesto, dado que no se generará de manera espontánea. La pregunta es: ¿Cómo “imponerlo” a una sociedad cada vez más compleja? Estamos aún en la fase del avance tecnológico. Munné nos recuerda que apenas estamos entrando en el cambio de la cultura inmaterial, lo que yo he denominado como “la lentitud en el avance de las ideas”.

El mercado no establece tradiciones porque por esencia se deriva de una obsolescencia, como tampoco puede crear vínculos societales o engendrar innovación social. La imagen del MacDonald en cada esquina nos llevaría a preguntar, por ejemplo, que ingredientes o condimentos o adaptaciones sufre la hamburguesa para adaptarse al gusto hindú en ese local que esta en el centro de Nueva Dehli. La presencia de ese establecimiento en la India lo que indica es la existencia de una empresa transnacional que vende determinado tipo de alimentos, no una construcción de sentidos.
Lo que garantiza el progreso humano es una dialéctica de las culturas. Esta navegación global de las mercancías tiene, pues, un efecto limitado, si bien dentro de esa limitación modifica comportamientos, como lo hemos señalado, desde el lugar del trabajo hasta la manera de ejercerlo, desde modificaciones en la vieja organización familiar hasta cambios en la psicología dado que ahora tendremos una preocupación global adicional a las antiguos intereses. Todo eso es verdad y no negamos la existencia de un peligro, como siempre existió en todo cambio de la organización del hombre, en todos sus paso, desde lo tribal, a la Ciudad-estado, al Estado-nación, sólo por mencionar tres.

No olvidamos serios problemas, como la concentración de un monopolio tecnológico, los derechos de propiedad intelectual, las patentes o hasta las acciones intencionales y planificadas dirigidas a absorber o a implantar. Hay que ejercer la defensa y ello pasa por la selección de lo que se quiere absorber desde un ángulo de la multiculturización lo que permita reestructurar en beneficio de un desarrollo humano sostenido.
Por doquier se realizan cumbres, seminarios, reuniones y asambleas en procura de la defensa de la diversidad cultural. Nadie puede pensar que los hombres asisten al proceso sin tomar precauciones. Las organizaciones van desde “Coalición Internacional de ciudades contra el racismo” hasta migraciones, que es otro tema de vital importancia, desde la iniciativa de la UNESCO de la “Convención para la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales" hasta la "Convención Internacional para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial" hasta la “Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos” hasta la “Declaración Universal sobre la Bioética y los Derechos Humanos” . La humanidad ha entendido los riesgos de todo cambio y se blinda contra cualquier desviación impertinente.

Tomemos, a manera de ejemplo, una institución, la “Organización mundial de propiedad intelectual” y vayamos hacia la llamada “Declaración de Ginebra”. Allí se advierte con claridad meridiana sobre el no acceso a medicamentos esenciales, sobre una desigualdad moralmente inaceptable en el acceso a la educación, al conocimiento y a la tecnología; sobre prácticas anticompetitivas en la economía del conocimiento; la concentración de la propiedad de los recursos biológicos y culturales; sobre como los intereses privados malversan los bienes sociales y públicos. Resaltan, en la otra cara de la moneda, campañas exitosas para el acceso a medicamentos para combatir el SIDA, bases de datos sobre el genoma humano, proyectos de software libre y de código abierto. Y proponen sistemas alternativos de redistribución para permitir el acceso a los trabajos culturales, reglas de responsabilidad compensatoria, formas de evitar el uso monopólico en la ciencia y en la tecnología y asoma una agenda para el desarrollo y la defensa. Promueve un “Tratado para el Acceso al Conocimiento y la Tecnología” y ya está allí la “Declaración de Doha de la OMC sobre Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC) y Salud Pública”.

Los que creen que el hombre está inerte y sus mecanismos paralizados viven en la estratósfera. La batalla conceptual y práctica a favor de la justicia, el equilibrio y de la defensa cultural, como la adopción de mecanismos para conseguir los objetivos, se da cada día.

El asunto de la identidad.

Se ha venido considerando como “identidad” la pertenencia a un país, a una ciudad o a un pueblo, a una lengua, una etnia, una religión, en definitiva a aquello en que nos reconocemos como miembros de una comunidad. Se pertenece a un grupo o a un sistema de valores. La desterritorialización que empuja el proceso global va dejando esta idea atrás. Estamos, entonces, en unatransterritorialidad donde se hibridizan los productos culturales y donde nos manejamos en varios círculos de identidad, la que así se hace pluralista, pues apostamos al intercambio y no al cierre en la nostalgia.

La identidad pasa a ser una noción que se forma en varios frentes simultáneos, lo que algunos han llamado las “lealtades múltiples”. Esto no es homogenizarse como “ciudadano del mundo”. Se pasa a ser ciudadano del mundo, pero también ciudadano de otros planos de intereses localizados.

Un ciudadano alemán o italiano siente sus identidades, la de pertenecer a una nación, a un continente y a un mundo en formación. Así, sus identidades serán la alemana o la italiana, la europea y la global. El desarrollo de la propia identidad es simplemente complementario a la apertura global. Hay que admitir, no obstante, que el asunto de la supuesta pérdida de la identidad ha sido puesto sobre el tapete, seguramente por una inicial confusión terminológica. Aquí el quid radica en una ampliación de la identidad. Ahora pensamos al hombre como una apertura que demanda la coexistencia de diversas dimensiones. Quizás habría que echar mano del viejo precepto latino unum in diversis para resaltar que la universalidad que se nos presenta como desafío es la unidad que se realiza en la diversidad. Visto así, identidad y universalidad no son más que polos complementarios. Ahora, el concepto de identidad implica el encuentro con otras identidades.

Podemos mirar a la identidad como una creación colectiva que ya no puede basarse en el culto a sus propias raíces y tradiciones, sino en el encuentro con otras localidades, regiones, continentes y grupos.

Ya los llamados “términos de dominación” no pueden plantearse en los polos Norte-Sur, sino en lo que se llama redes de inclusión. No hay una cultura global indiferenciada, aunque por supuesto debemos tomar en cuenta la aparición de los llamados “valores cosmopolitas” transmitidos por esas redes de inclusión, lo que nos llevará más adelante al problema de la comunicación. En el plano cultural podemos hablar de las identidades como freno a una globalización comunicacional incontrolada.

En cualquier caso, el problema, desde este ángulo, estaría, está, en la imposibilidad, que para muchos todavía existe, de comunicar una identidad. Y más allá, en la incomunicación entre identidades. La identidad en este nuevo mundo se entiende partiendo de los efectos evidentes, como el distanciamiento entre tiempo y espacio, la desterritorialización de la producción cultural, el reforzamiento de las identidades locales y la hibridación. Ya en un libro anterior señalé que el día y la noche no eran más equivalentes a la salida y a la puesta del sol. Estamos en un nuevo concepto de tiempo y es precisamente este concepto lo que nos permite ser al mismo tiempo locales y globales. Vivimos en el mundo de la instantaneidad. Por si fuera poco, debemos considerar el crecimiento de la migración, esto es, múltiples culturas se reproducen lejos de sus puntos de origen.

Por otra parte, lo que podríamos llamar “identidades transnacionales” vinculan a grupos en una relación más intensa que cualquier otra, digamos los jóvenes de aquí y allá o a las mujeres en su luchas contra las discriminaciones que persisten.

Migraciones y cultura.

Migraciones humanas siempre hubo, pero en este mundo global se les toma con especial interés. La ONU habló en el 2005 de 191 millones de personas. Es uno de cada 40 de los habitantes del mundo subdesarrollado. En estos momentos son las normas restrictivas las que prevalecen. Algunos se mudan con relativa seguridad, pero otros no tienen ninguna. Algunos lo hacen por guerras civiles, persecuciones políticas y los más por razones económicas. Europa se protege con una “Agencia para la Protección de las Fronteras Exteriores”. Algunos países hacen esfuerzos por regularizar a los extranjeros ilegales, otros –caso de Estados Unidos- se debaten en una interminable puja por encontrar una solución. Buena de parte de estos ciudadanos que cambian de residencia viven en condiciones deprimentes, bajo constantes violaciones de sus derechos humanos. Se exagera sobre los porcentajes de flujo migratorio y se exagera sobre ilegalidad y criminalidad y se exagera sobre la competencia en el mercado de trabajo, pues buena parte de esos ciudadanos realizan trabajos que la gente del mundo desarrollado ya no quiere para sí.

Esa población migratoria generalmente se ve afectada por la discriminación, coacción a la asimilación y otros procederes lo que conlleva a un movimiento de defensa frente a las pretensiones de asimilación. Es necesario recordar que los diversos flujos (objetos, personas, imágenes y discursos) no son convergentes y que tienen velocidades diferentes y diferentes relaciones. Ciertamente, quienes emigran producen cambios no sólo en su destino sino también en su lugar de origen. Estamos frente a un proceso complejo, ni único ni original, pero que ahora debemos medir con los términos de la globalización.

Es necesario admitir que las nuevas identidades se construyen a través de una transgresión sistemática. Hay que hablar de “hibridación cultural”. Es difícil entender lo que cambia y la manera como lo hace. Estamos en lo que será un proceso largo y multifacético, uno irreducible a categorías simplistas. Quizás la palabra “glocalización” (de globalización y localización) sea la más adecuada de este entrelazamiento al que asistimos.

La búsqueda de la interpretación.

El hombre pierde los envoltorios protectores a los que estaba habituado y se cierra en nuevas manifestaciones de nihilismo y cinismo. No obstante el hombre busca su interpretación. Esa vendrá dada en un personalismo social y en una relacionalidad en todos los ámbitos. Es probable –al menos lo queremos creer- que estemos en las puertas de un nuevo humanismo social. Todos los indicadores apuntan que en el mundo globalizado la cultura creativa del ser humano prevalecerá sobre otras consideraciones, inclusive las directamente vinculadas a las empresas capitalistas, donde se acentúa su dependencia de la gente que para ellas labora.

En verdad la globalización acentúa la propia identidad y provoca reacciones frente a lo puramente racional. Ejerce una presión para decidir cerca de uno mismo e invita al holismo frente al pensamiento unidisciplinario. Estímulos existen para que seamos optimistas frente a un proceso de reconsideración social del hombre. El destino indefinido es siempre incierto, pero la salida siempre pasa por un reconocimiento del sí mismo. Todo proceso de individuación conlleva a la autoafirmación y esta al pensamiento propio. Dicho en otras palabras, el hombre cínico y nihilista buscará ser protagonista de su propia historia y de la historia de los demás. Allí debemos dirigir nuestros esfuerzos.

Estamos ante un cambio social, uno crucial, pero uno que debemos mirar en la multiplicidad de ellos que se han producido. Para mirarlos se recurrió primero a la Filosofía de la historia y se desplegó una Teoría General de la Sociedad. Luego se introdujo la noción de evolución social y el materialismo histórico, finalmente, un concepto polémico de desarrollo. Ahora se asoma la tesis de la homogeneización, tal como lo hemos visto. Los escépticos elencan los eventuales males.

El sociólogo inglés neomarxista T. B Bottomore (“Introducción a la sociología”) trazó, una diferenciación al colocar las teorías sobre la evolución social en dos vertientes, las lineales y las cíclicas. Entre las primeras, cita todas aquellas que hablan del cambio acumulativo, como aumento del conocimiento, de la complejidad y el movimiento hacia la igualdad socio-política. Entre las segundas aquellas que vuelven a una Filosofía de la Historia. Para él, sin embargo, es el aumento del conocimiento un factor determinante de un cambio social, tesis que se corresponde con lo que ahora vivimos.

Alain Touraine (“Un deseo de historia”) estudió la aparición de los valores y como impulsan la acción de las colectividades y fijó dos posibilidades para estudiar el cambio: historicista y evolucionista.

Podríamos continuar elencando teorías, clasificaciones y variantes, pero nos limitamos a señalar la multiplicidad de miradas que se dirigen sobre el hombre.

Antes que enumerar teorías prefiero referirme a la necesidad de una reflexión filosófica sobre el hombre, sin entrar en distinciones entre filosofía y cosmovisión. En cualquier caso es menester tener una visión de conjunto sobre el hombre y el mundo en que actúa. Así, las críticas que hemos advertido sobre la era industrial, con sus conjuntos alienantes, y para lo cual sirvió estudiar a Marx, nos llevan a bosquejar la globalización como una contrapartida del hombre-masa. Los fines estrictamente humanos desaparecieron en una sociedad industrial proclive a fomentar una existencia impersonal. Ese es el hombre que estamos heredando, el mismo que enfrenta la nueva perspectiva y al cual, creemos, hay que señalarle la imperiosa necesidad de conformar una voluntad.

Peter Sloterdijk (Esferas) ha trazado una “imagen de pensamiento” que le permita al hombre ser en el mundo como un espacio de apertura a lo ilimitado. Este es el principio cardinal que hago en mis consideraciones. Tenemos a un hombre dominado por la apatía y el conformismo con el consecuencial aplastamiento de la idea democrática. Lo que Sloterdijk busca es un nuevo análisis del dinamismo social (lo cual incluye todas sus facetas) y volver a definir lo que es real. Esto, es, la globalización carece de sentido si no se observa como objeto teórico lo cual implica reconstruir el motivo de la “esfera”. Hay que analizar, en consecuencia, el enfrentamiento entre la modernidad terminada y la globalización asomada y en vías de ejecución en una clave espacial, lo que quiere decir que la cultura en este nuevo mundo abandona un modo unilateral de actuar.
Vamos hacia un mundo denso y así cabe definir densidad como la posibilidad de un agente de encontrarse a otro sobre el cual actuar. Y he aquí el elemento que los lectores seguramente se plantean: como es la estructura de los procesos de decisión que hacen pasar la teoría a la praxis. El hombre de la era terminada actuaba en la incertidumbre, una que continúa sólo que ahora, el hombre debe pasar a ser uno que está en capacidad de auto aprovisionarse de razones suficientes para pasar de la teoría a la práctica. Y ello implica un proceso deliberativo interior, uno que excede a la aplicación universal de los derechos humanos, por ejemplo, sino de la convicción pragmática de que significa libertad o moral. Así, la comunicación que sustituye a la información adquiere un rango ontológico, porque es de esta manera que el mundo podrá definirse para bien. Y para bien es que esa comunicación sea para poner frente a frente dimensiones donde los grupos sociales se obligan recíprocamente a desistir de actuar por un interés unilateral y, en consecuencia, a procurar entre todos el bien común.

Por doquier se celebran conferencias y simposios buscando las llamadas sociedades sustentables del futuro. Quizás no se realicen con la frecuencia que los imperativos las requieren, quizás abundan en exceso de consideraciones o quizás caen en la inoperancia que el propio Sloterdijk señala a las organizaciones internacionales presas de una manifiesta incapacidad para llevar a cabo sus loables propósitos.

Aún así las palabras crean mundo, conforme al antiguo adagio, y se habla, por ejemplo, de economías del conocimiento para abrir actividades de valor agregado intangible. Lo cierto es que cada vez es más notoria la presencia de organizaciones sociales participando en eventos de definición del futuro lo que hace realidad el entorno habilitador. Así saltan expresiones como sociedades de la comunicación incluyentes y equitativas, el rechazo a expresiones como el de “neutralidad tecnológica”, el apelo a una sociedad visionaria, el rechazo al desarrollo basado únicamente del rédito económico y el apelo a nuevos mecanismos para canalizar los recursos financieros de manera vinculada a la solidaridad social.

Los desafíos que el nuevo mundo plantean son tan abundantes como para retar al hombre a dejar su narcisismo, su encierro nihilista y su cinismo manifiesto en la era que termina y en este interregno de incertidumbre conservada. El paso esencial es un apelo al hombre a profundizar en sí mismo, en convertir la reflexividad en un motor del devenir social.

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